BERLUSCONI Y LA DEMOFASCIA
Berlusconi tiene que mantenerse en la presidencia de Italia el tiempo suficiente para que sea aprobada la ley del legítimo impedimento. De no ser así, no conseguiría la inmunidad para poder salir airoso de los juicios que le acechan por corrupción y fraude fiscal. Como cualquier buen Sátrapa que se precie, compra voluntades y ofrece prebendas a la oposición para conseguir su voto y frenar la moción de censura que se cierne sobre él. Los modos de don Silvio no son muy democráticos, dirán ustedes. Parecen más propios de un capo de la Cosa Nostra o de algún fantasma del pasado de camisa negra y brazo en alto. Pero si este personaje lleva tantos años en el poder es gracias a un sistema corrupto sustentado por la complicidad pasiva de la ciudadanía italiana. El corruptor, en este caso Berlusconi a la búsqueda del voto salvador de la oposición, no tendría sentido si no se apoyara en un entramado institucional de potenciales corruptibles que aceptan con naturalidad la perversión de estas prácticas. Ni tampoco sin un pueblo permisivo que no sanciona en las urnas los desmanes de sus líderes políticos. Italia es un triste ejemplo de la degradación que están sufriendo las democracias europeas. Más bien una transmutación, puesto que los gobiernos aplican la filosofía del pensamiento único a la sociedad, enmascarándolo con la puesta en escena de un proceso electoral. Es cierto que el italiano es un modelo escandaloso, pero no es el único. El torbellino que han levantado las filtraciones de Wikileaks nos dan idea del espejismo democrático que vivimos. Nos avisa de que debemos abrir puertas y ventanas para dejar que la verdad entre en nuestras abotargadas mentes. De respirar transparencia para que no nos sigan durmiendo con sus estúpidos y letales cuentos chinos.
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