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TIC,TAC,TIC,TAC...

TIC,TAC,TIC,TAC...

El principe Carlos de Inglaterra, quizás en virtud a sus privilegiados pabellones auditivos, ha sido uno de los primeros intocables en escuchar de cerca el rugido de las masas cabreadas. ¿De qué color es el miedo principito? ¿Cómo se siente al saber que el populacho ve en su real status una provocación frente a todas las vejaciones que vienen padeciendo? La educación universitaria se ha convertido en Inglaterra en un coto inaccesible para quienes no pertenezcan a la élite pecuniaria. Es parte del "plan". Como lo es la estrategia de dinamitar nuestros derechos laborales y sociales y desmantelar definitivamente esa utopía de la "sociedad de bienestar". Pero, ¿habrán calculado bien hasta donde pueden tensar a cuerda?. Cuando a los pueblos se les arrebata la esperanza, la historia nos enseña que las reacciones son imprevisibles. Muchas revoluciones  derivan de ese excesivo desequilibrio en la balanza. La guillotina fué una consecuencia perversa de la furia que los desposeidos pueden desarrollar contra los símbolos del poder y la opulencia. El peripatético Carlos ya ha experimentado el pánico. Quizás tuvo un déjà-vu que lo trasladó hasta el  pellejo de la descabezada María Antonieta. Pero hay muchos otros símbolos, además de la monarquía, que se pueden interpretar como un insulto por los desheredados, p.ej. los financieros. Así que todos los señores Botín del mundo deberían ir blindando, aún más, sus casas y sus coches y poniéndole un refuerzo de titanio al cuello de las camisas por si las moscas. Toda precaución puede ser poca. Es lo que tiene el odio. Escuchamos su profético latido un tiempo antes de la explosión. Pero como la codicia es insensible a su mensaje, no hacen nada para desactivarlo. Muy por el contrario, van acumulando más polvora para engordar la detonación. Tic, tac, tic... ¿lo pueden oír? Está claro que ellos no.

Publicado en Público

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