EN BUSCA DE LA FELICIDAD
Parece imposible pero, cada día, nuevos escándalos de corrupción solapan los del día anterior originando una amalgama de vértigo, cabreo y desolación entre la ciudadanía. Los Pujoles, Ratos, Blesas, Acebes... componen un rosario impenitente de fatuos ladrones de guante blanco metidos en política. Una banda organizada que dirige los destinos de sus saqueadas víctimas con la sensibilidad de un cocodrilo. Dice el presidente Múgica que el eje de cualquier clase de política debe ser la búsqueda de la felicidad colectiva. Y que, a quienes les gusta mucho la plata, hay que correrlos de este escenario. Aquí, lo de la felicidad colectiva les suena a chino mandarino. Estos son más del amor propio traducido en darse la dolce vita a costa de succionar la sangre de sus compatriotas. En cuanto a lo de correrlos de la política, será una empresa ardua puesto que el entramado corrupto debe tener largas ramificaciones para haber funcionado tanto tiempo y tan fluidamente. Pero por mi parte, estoy dispuesta. Digo a correrlos a gorrazos, a collejas o a hostia limpia. Porque entre todos sus hurtos hay uno imperdonable que me trasforma en pura fiera.
Nos roban la felicidad. El presente y el futuro. El auténtico sentido de la vida humana: la búsqueda de la felicidad. Y ahí, están pisando mierda.
Mi querido amigo Antonio Aramayona, filósofo perro-flauta motorizado y entrañable, me ha hablado de esa sensación que Sartre definió maravillosamente como nausea. Una situación límite emocional en la que el mismo suelo parece abrirse a nuestros pies. No me es ajena en absoluto. Como a muchos de vosotras y vosotros, las arcadas se me apelotonan en la boca con la actualidad que nos acontece. Un vacío indescriptible que amaga con absorber nuestra capacidad de reacción.
Sustraernos a su influjo, dejarnos llevar por la desazón y la amargura, supone el triunfo del absurdo en nuestra experiencia vital. Yo soy más de mirar a ese vacío directamente a los ojos. O a las hueras cuencas que pretenden asustarme con la muerte. Sin felicidad, solo soy un cadáver que arrastra su desangelado cuerpo por la vida. No nacimos para esto. No lo merecemos. Y al final, todo depende de nosotros. De un pequeño acto de valor, de un salto al vacío en búsqueda de la felicidad arrebatada. Hay que expulsar del templo a todos estos p. mercaderes. En las urnas o a latigazos si se tercia. Una no es nada violenta. Pero en vista de la montaña de basura que descompone nuestras instituciones (el santo sanctorum de la democracia), nadie puede pedirnos que seamos más templados que el propio Jesucristo.
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