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EN EL NOMBRE DE MUCHOS

Una persona desahuciada de su casa, de esta sociedad que te repite tanto tienes, tanto vales, sin trabajo, sin nadie que pose los labios en las llagas que la desesperación ha abierto, ensaya el salto del ángel desde un puente. Otra, va muriendo poco a poco porque la pobreza le obliga a escoger entre un medicamento que lo mantiene vivo o que sus hijos coman cada día. Hay quien muere en estos tiempos, simplemente de tristeza, ahogado por unas lágrimas que no puede metabolizar y que inundan sus pulmones hasta que el corazón le estalla en mil pedazos. También los hay que no saben que están muertos y van arrastrando sus cadáveres dejando un surco de miembros amputados y sueños gangrenosos. Son daños colaterales de una guerra soterrada contra los más débiles, los más desamparados. Las rebabas de un sistema parricida que se desprende de ellos a golpes de machete y de cinismo. Tan siquiera merecen figurar en sus frías estadísticas. Son, somos, tan poca cosa para ellos. Nada de nada. 
Un tsunami de sangre está inundado nuestros pueblos, nuestras calles, nuestras plazas...  dispuesto a llevarse por delante cualquier brote de esperanza. Cualquier germen de la alegre rebeldía que pudiera poner freno a su matanza. Hoy escribo en el nombre de esos muchos. Y en el mío. Y como el poeta, quiero pedir la paz y la palabra para gritar: ¡Ya basta!
 ¿Hasta donde piensan llegar con la sangría? ¿ hasta cuando vamos a dejar actuar impunemente a los verdugos? Hoy quisiera mirar a los ojos de mis hijos y no sentir vergüenza. Si al final, es la muerte lo que aguarda, ¿a qué viene tanto miedo, tanta cobardía?. Clavo los ojos en el empedrado cielo y las blasfemias se agolpan en mi boca. Nada, nadie me responde nada. Y una furia rabiosa me nace en las entrañas y se transforma en una balacera. En una ráfaga de plomo y savia nueva que enloquece y que pasa de refugiarse en las trincheras. No debe haber temor a ser asesinado cuando ya te dan por muerto. Levantémonos y andemos. Una legión de zombificados parias de la tierra no puede ser derrotado por unas viles alimañas. Que vean su reflejo en las terribles cuencas de nuestros ojos vaciados y entiendan que les está llegando la derrota. Que sean ahora ellos quenes sientan el sudor frío del miedo en el pellejo. Que huelan nuestra cólera y se les hiele su putrefacta sangre en las arterias.

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