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LICOR AMARGO

LICOR AMARGO

Ahora que tanto los necesitamos, hemos perdido a otro poeta. Uno de los grandes. Pero su nombre, Miguel Angel Velasco, apenas le dice nada a la mayoría de la gente. Porque en este país, donde escribir es llorar amargamente, hacer poesía equivale a ascender a la cumbre de este llanto.
A berrear estúpidamente en un desierto de rocas amarillas y estériles arenas movedizas. Así debía sentirse Miguel Angel, como un profeta peripatético que oscila entre lo exótico y el histrionismo. Uno de esos tipos raros que tienen la absurda manía de bucear en los abismos más escalofriantes y revelar estas visiones a su prójimo. Pero este es un mundo de tecnócratas que desprecia las miradas interiores. Un territorio hostil para la lírica que minimiza la importancia de cultivar las sensibilidades populares. Embrutecidos e ignorantes son más dóciles. Al fin y al cabo la poesía es un ejercicio de rebeldes, y potenciarla, ayudaría a prender la llama de la insurrección. Por eso, hoy más que nunca, conviene amordazar a los poetas. Reducirlos a un coto vigilado al que solo tengan acceso algunos intelectuales. El pueblo debe permanecer impermeable a sus mensajes, no vaya a ser que se le despierte la conciencia y le de por pensar sobre la inmoral sociedad que estamos construyendo. Velasco se ha ido y, en sus versos, nos dejó la despedida: Por que no hay canto alguno sin el humor del cuerpo/aunque destile ese licor amargo de la pérdida.
Nos deja su obra. Podemos despreciarla o sumergirnos en su procelosa lectura. En ese licor amargo que destilan sus versos y que son un canto a la libertad y a la propia vida. Asumir que un futuro sin poetas es un erial sin trayectoria y que precisamos de visionarios que iluminen ese recorrido.
 Adiós Miguel Angel, hasta siempre: Que la tierra te sea leve.

Publicado en Heraldo de Aragón

y en Público el 10-10-10

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