VIVIR SIN ESCUDOS
Es verdad que las cosas pintan mal. Cada día, un rosario de acontecimientos globales y locales intentan asfixiar nuestras reservas de esperanza. La consciencia del maquiavélico atraco al mundo, de su avance fatal que parece irrefrenable, ha desposeido a la izquierda de la rasmia revolucionaria que requiere este momento. La distopía parece ganar el pulso a los utópicos. Un tufillo de resignación se agarra en las pituitarias de la gente progresista. Entonces se desarrollan los escudos, esos lugares comunes, con los que tratamos de ocultar nuestro mayor problema: la cobardía.
El PSOE es un ejemplo de autodestrucción por cobardía. El más notable entre las potenciales izquierdas, pero no el único. El escudo anti-misiles de Rota, ese último delirio de los socialistas, un nuevo clavo sobre la tapa de su ataud. Escudarse en los mil puestos de trabajo que puede generar es el chocolate del loro del cinismo. Una bajada de pantalones que nos pone en el punto álgido del rearme mundial. Y la zanahoria que nos muestran es demasiado arguellada para justificar la venta de nuestras almas pacifistas.
Por supuesto que hay que crear empleo (ayudaría también dejar de destruirlo) pero ¿a qué precio?. ¿De qué o de quiénes nos quieren proteger con este desatino? Porque, que yo sepa, lo que nos corta el aliento a la ciudadanía dispara proyectiles invisibles que hacen pedazos el estado de bienestar, los derechos sanitarios y educativos, los logros sociales y las posibilidades de crear un tejido industrial que nos haga remontar nuestra interminable lista de desempleados.
La verdadera izquierda debe levantarse contra esta ofensiva a pecho descubierto. Despreciando todos los escudos. Sin complejos ni concesiones suicidas. Con un orgullo de clase que nos haga sentirnos poderosos y capaces para darle la vuelta a la tortilla.
Si salimos de las catacumbas entenderemos que los bancos y mercados también están dirigidos por patéticos mortales que no son invencibles. ¿Es que no vamos a tener redaños para hacerlo?
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