EN HUELGA CONTRA LAS CENIZAS
Podría llenar párrafos y párrafos de miles de motivos para participar en la huelga del 14-N. Podría argumentar hasta quedarme afónica sobre la utilidad de este instrumento. Contradecir a los agoreros pusilánimes que cuestionan su eficacia para cambiar las llamas que prenden nuestro mundo por un ejército de corazones ignífugos, de irreductibles voluntades que no teman a su fuego. De mujeres y hombres decididos a no ser pasto del furor homicida que desata la avaricia de una élite psicópata. Podría jalear a a las prietas filas de los deseherados a terminar con todo lo que se interpone contra su vocación natural de humanos libres. A levantar sus puños, desnudos de miedo y armados de razones, ante las cuencas vacías de los depredadores. A salir a la calle para reivindicar que la tierra, el pan y la justicia no son el privilegio de unos pocos, sino el legado que por derecho corresponde a todos y cada uno de nosotros. El fruto de las históricas luchas de otros trabajadores que se dejaron la piel, y hasta la vida misma, para que su descendencia no probara los grilletes. Podría apelar a la vergüenza que debiera darnos condenar a nuestros hijos a vagar por un desierto de cenizas donde sea imposible que germine la esperanza. Explicar que la pasividad y el desaliento engordan las satisfechas barrigas de los explotadores. Invocar la poesía que quiebra el pensamiento único con el que nos adormecen para convencernos de que no hay otra salida. Para persuadirnos o aterrorizarnos con la intención de aniquilar nuestra capacidad de resistencia. Podría desangrarme y fluir por estas líneas intentando activar cualquier resorte que nos devuelva el orgullo de clase obrera arrebatado.
Podría... De hecho, puedo y quiero.
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