MENTÁNDONOS LA MADRE
Si existe algo característico de la naturaleza humana es la facultad de trabajar y procurarse los medios de subsistencia. El trabajo, a pesar de que se ha convertido en algo raro y doloroso gracias a la desnaturalización del mercado, es la fuente que nos proporciona alimentos, cobijo y ropa de abrigo. Por eso, privarnos de él, equivale a despojarnos de la propia vida. Así lo entienden al menos Cayetano Cabrera y Miguel Ibarra, trabajadores del sindicato mexicano de electricistas) que mantienen una huelga de hambre desde hace tres meses que puede lconducirles a la muerte. Eran empleados de la compañía "Luz y Fuerza del Centro" hasta que el presidente Calderón, aplicando las leyes creadas por la descarnada esencia mercantil, decidió privatizarla. 44.000 personas perdieron sus empleos. La acción del Estado mexicano está dentro de la absoluta legalidad, entendiendo como tal el marco jurídico e institucional diseñado pret a porter para ajustarse a la lógica del capital. En cambio, el gobierno acusa a los huelguistas de extorsión y comportamiento antidemocrático. Y quienes deberían estar de su parte: otros trabajadores, sindicatos, trotskistas, anarquistas, zapatistas y demás organizaciones y líderes de izquierdas, en vez de inundar las calles de indignación solidaria frente a los abusos de Calderón, se difuminan en grupúsculos que aceptan las reglas del juego impuestas negociando ´pírricas victorias o asumiendo de antemano la derrota. Algunos incluso los ridiculizan, acusándolos de idiotas por convertirse en martires manipulados por un sindicato concreto.
Cabrera ha declarado que en una huelga de hambre solo hay dos opciones: o logras tus objetivos o mueres. Su objetivo es recuperar su trabajo, es decir su vida. Si no lo consigue morirá muy pronto. Será un crímen sobre otro crímen. Y el responsable no será solo Calderón o la inhumana maquinaria neoliberal. Los autoría se puede repartir entre la gran mayoría de los movimientos de izquierda incapaces de reunirse para luchar por ellos. Algo que también nos resulta familiar por estos lares donde, los que deberíamos arrimar el hombro para invertir la tortilla, nos pasamos la vida mentándonos la madre.
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