TRABAJADORES DEL SEXO
Durante mi etapa de sindicalista en una asamblea de trabajadores con mayoría del sexo femenino, se me ocurrió, arrebatada por el verbo y la emoción, establecer un paralelismo entre las prostitutas y nuestro gremio de limpiadores/as. Como ellas, argumenté, vendemos nuestro cuerpo para realizar una actividad física a cambio de dinero. Como ellas, sufrimos la explotación de "chulos" y "proxenetas" que engordan la buchaca a costa nuestra y que confabulan para que nuestras condiciones laborales y derechos no acaben de abandonar la esclavitud. El desconcierto de mis compañeros ante mi vehemente exposición fué in crescendo hasta alcanzar la más manifiesta indignación. Pues, ¿no les estaba llamando putas?. La incomprensión de mis colegas no tiene su origen en mi errática y desafortunada arenga. Su malestar ante la comparación nace de la moral prejuiciosa que estigmatiza a la prostituta facilitando su marginación, exclusión y desprecio social. Estas "malas mujeres" son utilizadas a menudo por mafias y extorsionistas sin que se aplique el código penal para perseguir estos delitos contra ellas. Por eso, cuando se habla de erradicar la prostitución se hace un análisis hipocrita y simplista de la situación. Lo que hay que erradicar es la esclavitud sexual y el tráfico de personas. Una vez conseguido esto, quienes quieran ejercer libremente esta profesión, deben tener los mismos derechos y obligaciones que el resto de trabajadores de este país. Derecho a una pensión, a cotizar a la seguridad social, a denunciar a su jefe si incumple los términos de su contrato o establece un despido improcedente... Es decir, a dignificar su trabajo conforme a los mismos parámetros que utilizamos los demás. Integrarlas en la lucha obrera es, a mi entender, mucho más realista que pensar en su abolición. La comunidad laboral debe sacudirse los melindres y acoger definitivamente entre sus filas a los compañeros/as del sexo. Lo demás, son moralinas.
Publicado en 20minutos el 9 de septiembre del 2009
0 comentarios