LA ESPAÑA NEGRA Y EL ARCO IRIS
Las mujeres de los mineros encerrados a 3.000 metros de profundidad en el pozo de Santa Cruz (León) han escrito una carta al presidente Rajoy. Apelan al corazón y la conciencia de un gobierno que no parece entender nada de derrumbes y no quiere oír hablar sobre rescates. A menos que el objeto del mismo sean las entidades financieras.
En un sector tradicionalmente masculino, las mineras tuvieron que pelear en un entorno machista para ganarse la igualdad laboral y el respeto de sus compañeros. Ya sea como trabajadora, madre, esposa o hija de mineros, la mujer siempre ha estado vinculada a los infortunios de la mina. Penélopes irreductibles en espera de que su particular Ulises emergiera cada día de las entrañas de la tierra. Hembras corajudas que no dudaron en descender a los oscuros pozos para cambiar el carbón que arrancaban a la tierra por un plato de comida para sus familias.
Ahora son protagonistas de otra lucha por defender su dignidad y su sustento. Participan activamente en los encierros y las barricadas porque saben que, sin la mina, la vida de sus comarcas irá languideciendo hasta la muerte.
Estas mujeres recuerdan a Rajoy que no es dinero gratis lo que solicitan. Lo que piden es trabajo. Un trabajo duro y peligroso para el que nadie propuso alternativas. Sugieren al presidente que baje a visitar las explotaciones. Que mire de frente a las tiznadas caras de sus trabajadores para explicarles que, por el bien de España, es preferible alimentar la hambruna de los buitres bancarios a ofrecer expectativas de futuro a los mineros de Asturias, Aragón o El Bierzo.
Pero este gobierno tiene la entraña negra. Mucho más que el carbón que se extrae con tanto sufrimiento. Y no son los únicos. También hay ciudadanos cicateros que, lejos de entender el conflicto como propio, se lamentan porque no son ellos quienes reciben subvenciones o no pueden jubilarse anticipadamente. Son gente mezquina y poco inteligente, con el corazón tan negro como el del gobierno, que nunca peleará por sus derechos ni tiene idea de las enfermedades y penurias que conlleva el oficio de minero. Estos sí que son la España negra. La que tiene envenenada el alma por el grisú de la insolidaridad y la miseria moral. Esa que ni respira ni nos deja respirar.
Este domingo acudí con mi familia a recibir la llegada a Zaragoza de la Marcha Negra. Nos fundimos con ellas y con ellos en un oceano de lágrimas y abrazos. Todos éramos mineros. Todos hermanos. Una marea multicolor entonando aquella vieja canción de Labordeta "Somos como esos viejos árboles". He de confesar que al llegar a la estrofa que dice-Tiempos que tragan en su entraña esa gran utopía que es la Fraternidad- rompí a llorar desconsoladamente. Pero les juro que, por un breve instante, me pareció que el arco iris bailaba entre el llanto emocionado de los asistentes. No fue un espejismo. Esa España de luz y de color también existe.
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