YO NO MALDIGO MI SUERTE
No es un camino de rosas ni de flores. Nuestra deriva social es un agónico descenso a los infiernos por un sendero alfombrado de brasas incandescentes. Con los pies desnudos a ser posible, para más inri. Esta es mi percepción del panorama cuando clavo mis extremidades inferiores en la tierra para observar lúcidamente el hundimiento del sistema. Menos mal que siempre que toco tierra, aunque sea en arenas movedizas, algún resorte en mi espíritu dispara el relé del vuelo libre y consigo zafarme de la abrumadora realidad. Me conmueve ver como mis amigos, mi familia, mis compañeros de trabajo y de sindicalismo, incluso yo misma en ocasiones, nos lamemos las heridas infringidas en el remoto rincón donde la desesperanza nos mantiene retenidos. Pero la actualidad camina fuerte, como una apisonadora de injusticia sobre nuestros más negros temores. No solo los peores se confirman, los augures entonan coplas apocalípticas que superan las expectativas más cenizas. No obstante, ya me perdonarán que no me resigne al descabelle. Mi instinto de supervivencia berrea encabritado. Vamos, que el cuerpo me pide que presente batalla ante esta Gran Estafa, que no me rinda. Y en esas reflexiones andaba el otro día cuando vi cómo expulsaban a los mineros del Congreso. Por mal comportamiento, ¡mandan gónadas sexuales!. Doscientos milloncejos tienen la culpa. Ya me dirán qué es eso para un estado que inyecta miles de millones a tontas y locas de la Bankia, perdón banca, privada. Para este gobierno están primero los bancos que las personas, algo que también comprueban los mineros en sus apaleadas carnes. Pero ojo con estos tipos de corazón forjado a pico y barrena. Son gente bragada que no se arrugó ni en los tiempos del Criminalísimo. No parecen dispuestos a esconderse bajo las faldas de una mesa camilla (como el señor Presidente cuando la cosa se pone fea). Van a presentar batalla.
Ignoro por qué, cuando fueron desalojados, los congresistas de izquierdas se limitaron a ofrecerles un afectuoso aplauso. Lo suyo hubiera sido que los sacaran a hombros y por la puerta grande al grito de: ¡todos somos mineros!. Pero desisto de analizar la tibia respuesta que la izquierda convencional está ofreciendo al aluvión de agresiones sociales. Por mi parte, prefiero tomar de referencia a los mineros. Dejar de maldecir mi suerte para montar barricadas contra los filibusteros, mentirosos, chulescos y desalmados que pretenden robarnos el pan y la alegría. ¿Saben lo que de verdad me espanta? Perder la esperanza en que otro mundo más justo es posible y necesario. Renunciar a luchar por él. Permitir que se me enfríen las entrañas.
0 comentarios