MUERTOS DE RISA
Los jefazos de la patronal se parten el orto delante de nuestras perplejas narices. ¡Cuidadín...- avisa el cachondo Rossell-que no noten que nos da la risa floja! Y es que están viviendo un festival las criaturas. Una tómbola que les premia con perritos-obreros de los que pueden deshacerse a puntapiés sin que nadie les saque tarjeta amarilla. Ni en sus ensoñaciones más marcianas habían imaginado un mercado laboral tan apetitoso. ¡Viva el miedo! El mejor incentivo para la productividad (según sentencia nuestro fidedigno Gobierno). Eso lo saben muy bien.
Sus antecesores ideológicos lo rentabilizaron de forma implacable durante cuarenta años. Caló tan profundo el miedo, que debió fusionarse con el adn de la gente. Un país secuestrado por el pánico es más manejable. ¡Donde va a parar! Podría hacerse al estilo clásico. Obteniendo el poder a sangre y fuego, como bien demostró el Criminalísimo. Pero estos tiempos modernos han engendrado otro tipo de golpismo más maquiavélico y aparentemente aséptico: El terror financiero. Las víctimas no caen bajo el fuego real de una balacera. Sus proyectiles son cápsulas de miedo que se llaman primas de riesgo y cosas por el estilo. Amenazas incorpóreas que mantienen a raya a la cateta ciudadanía.
Acojonados mientras se nos descojonan. Se rien de nosotros porque no se lo creen. Ha sido tan fácil. Solo son niños asustados- piensan jocosos- Ni siquiera reparan en que son más y, si se organizaran, no podríamos con ellos.
Mientras nos dure la catatonia la cosa pinta color hormiga. Esa felicidad, que ya no disimulan, augura más abusos y saqueos. Sus carcajadas anuncian nuestra incipiente pobreza.
Aunque nunca se sabe. Tanta falta de respeto podría ser el detonante. A lo mejor, su chulería era el empujón que nos faltaba para arrinconar el miedo.
Para recuperar el orgullo y hacer que se les congele la sonrisa. Lo dicho, nunca se sabe.
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