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BIENVENIDO MÍSTER ADELSON

BIENVENIDO MÍSTER ADELSON

El macrocomplejo de juego y ocio que se pensaba instalar en Los Monegros aragoneses (Gran Scala o Gran Estafa como lo llamábamos por esta tierra) acabó volatizándose no sin antes escribir una de las páginas más esperpénticas de garrulismo del Gobierno aragonés.
Corría el final del año 2007 cuando los promotores de GS solicitaron alfombra roja al Pignatelli para presentar a bombo y platillo su proyecto. Vendedores de humo con antecedentes delictivos que embaucaron al personal con el tintineo de las máquinas tragaperras. La trama de esta aventura no tiene desperdicio. 

Traficantes internacionales de armamento, estafas de casinos virtuales, sociedades encubiertas que se ubicaban en paraísos fiscales y hasta algún que otro crimen conyugal aderezaban el imaginario de esta malograda aventura. Pero cuatro años más tarde, tras modificar leyes, crear una polémica brutal en la sociedad aragonesa, gastarnos unos buenos cuartos en agasajar a estos bucaneros y especular con falsas expectativas de riqueza para la comarca todo ha quedado en agua de borrajas.

No vayan a pensar que los responsables políticos (que no reblaron a pesar de la naturaleza escabrosa del negocio) reconocieron después haberse equivocado. A día de hoy siguen sacando pecho y amartillando que, de presentarse una ocasión similar, volverían a hacer justo lo mismico.
Aquí somos así. Nos van las empresas surrealistas. Y más si están envueltas en luces de neón y evocan el acento de Las Vegas. Como en la Comunidad de Madrid, que lejos de escarmentar en cabeza aragonesa, se abre de brazos y piernas a la disparatada oferta de míster Adelson. Lo de oferta lo digo con retranca. Porque el multimillonario ya pide a priori que se le regale el suelo, se cambien las leyes inoportunas, se le exima de impuestos, poder contratar por debajo del salario de miseria o que se le construyan infraestructuras y otras fruslerías que, amén de costar un dineral al erario público, tendría un impacto social y medioambiental muy negativo.

 Los casinos podrían ser un símbolo del sistema. La fortuna, como en Wall Street, depende del azar y de las tramposas jugadas de los trileros. Pero igual que en el mundo financiero, la banca siempre gana. Se puede ser pardillo y jugarse hasta la camiseta propia. Pero con la escualida caja común ya no caben más apuestas. ¡No va más, señorías!

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