EL SEÑOR DE LAS BESTIAS
Parece ser que mi muy admirado Leonardo Da Vinci era un vegetariano militante. Para este genio era inaceptable infligir daño a otras criaturas ni cebarse con su carne. Se desesperaba ante la innecesaria crueldad que los humanos ejercían contra los demás seres vivos, incluidos los de su propia especie. Según Leonardo, el Rey de las Bestias no hace distingos en su crueldad. Practica una forma suprema de perversión que no tiene parangón con el comportamiento voraz de los más sanguinarios animales. A menudo mata solo por el placer que le proporciona matar. Por eso no es de extrañar que Da Vinci vinculara el progreso humano a la extinción de su naturaleza depredadora. Solo entonces, cuando dejemos de devorar y devorarnos, podríamos hablar de un salto evolutivo. Cinco siglos después, si Leonardo levantara la cabeza, constataría lo lejos que aún andamos. Basta con que echara una ojeada a tres noticias que aparecían hoy mismo en los diarios. La primera, un parroco francotirador de palomas que es capaz de acribillar al mismo Espíritu Santo para hacerse un caldito vigorizante. ¿Desconoce este cura que ya existe la viagra?
La segunda, sobre el campechano monarca de los españoles. El Rey de las Bestias iberas se ha mandado hacer una silla ergonómica para facilitar sus cacerías. Ya no es suficiente con que le emborrachen un oso para ponérselo a tiro. Si Su Majestad quiere practicar el sádico ¿deporte? cinegético que lo haga cómodamente, que no está el hombre para muchos trotes. La tercera, el previsible fracaso de la cumbre climática de Durban. Aquí si que nos lucimos. Mostrándonos como la más estúpida de las especies que pisa este planeta, seguiremos envenenando el aire y el agua hasta la exterminación de nuestro propio habitat. Y todo, por ese instinto asesino que albergamos en las meninges. El mismo que ha generado un sistema autofágico que se merienda aleatoriamente recursos, animales y personas. ¿Evolución? ¡Ay, que me da la risa tonta!
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