LA TERNURA DE LOS PUEBLOS
(Dedicado a la asociación de abuelos indignados del barrio zaragozano de Las Delicias)
"No quiero pasar el tiempo que me queda jugando a las cartas o a la petanca. Quiero contribuir a la lucha para recuperar los derechos perdidos para nuestros hijos y nietos. Aportar mi experiencia para conseguir un futuro mejor para las generaciones venideras"
Ayer recibí una llamada de una mujer llamada Charo a la que no conocía personalmente. Me contó que pertenece a una asociación de abuelos indignados y me hizo un encargo que gustosamente trataré de llevar a cabo. Charo, junto a otras personas mayores, no se resigna a quedarse en la cuneta del ostracismo a la que son relegados muchos jubilados. Puede que sus ojos o sus piernas no cuenten con la viveza y la agilidad que gozaron en sus años mozos. Pero su corazón sigue manteniendo esa chispa de rebeldía que se prende frente a la injusticia y la hipocresía de una sociedad que parece rendida a los argumentos de los poderosos. En realidad, son más jóvenes que otros ancianos prematuros, cadáveres con carcasas maqueadas, que deambulan por la vida como nuevos fariseos siempre prestos a descargar la frustración de sus estériles existencias sobre las víctimas del sistema mientras asumen los falsos sofismas de los filibusteros.
Charo, como muchos de nuestros mayores, no tuvo una vida fácil. Ellas y ellos vivieron los años de la posguerra, de los salarios del hambre, de la falta de libertades de una dictadura cuya fantasmagórica sombra colea hasta nuestros días. Se comprometieron, a veces pagando un alto precio por ello, para que sus hijos y nietos no tuvieran que atravesar las mismas penurias que ellos padecieron. Para dignificar sus derechos laborales y sociales. Para enseñarles que el camino de la libertad y la justicia social debe pasar siempre por la solidaridad con los más débiles. Pero todo su esfuerzo, sus esperanzas depositadas en la gestación de un mundo mejor, se vienen abajo cuando observan el egoísmo cicatero y miope que reina a su alrededor.
"Quiero pedirte que escribas- me apremiaba Charo- sobre esa gente mezquina que culpabiliza a los desahuciados, a los caídos en desgracia, de su propia ruina" . Me relató como se le abrían las carnes cuando oía emitir juicios irreflexivos a quienes han tenido la suerte de conservar su trabajo y sus posesiones durante esta crisis impostada que se ha llevado a tantos por delante. Vivían por encima de sus posibilidades, apostillan los nuevos fariseos (así los define ella). Se metieron en créditos e hipotecas con alegría inconsciente y ahora deben asumir las consecuencias. Ese es el mantra que los poderes fácticos, a fuerza de repetirlo, grabó en las neuronas de muchos individuos acríticos para tranquilizar a la voracidad de los mercados. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?, ¿Quién vivía por encima de sus posibilidades?, ¿los ciudadanos?, ¿el Estado? ¿Qué querían decir con vivir por encima de nuestras posibilidades? Algunos se referían a quienes se dejaron embaucar por esa España que iba como un tiro económicamente en la que los bancos apremiaban a endeudarse hasta las cejas prometiéndoles que el valor de sus adquisiciones se podría incrementar exponencialmente. Otros señalan al estado de bienestar, con la mezquindad incrustada hasta la médula, aduciendo que esas ayudas, que muchos de ellos también recibían, arruinaron definitivamente al país. La cuestión es buscar culpables en el ciudadano de a pie o en los gastos sociales del estado a los que tildaban de despilfarradores.
Pocos recordaban aquellos "maravillosos años" del boom inmobiliario, de los pelotazos de los gurús del ladrillo y del mercado inmobiliario. España iba bien- decía el ínclito presidente Aznar- y a nadie se acusó entonces de vivir por encima de sus posibilidades. Una burbuja ficticia que se siguió alentando durante el gobierno de Zapatero aún a sabiendas que´, más pronto que tarde, había de explotar.
La sensación de crecimiento desenfrenado de la economía en los supuestos años de bonanza contrastaba con las cifras correspondientes a los salarios reales, que cayeron un 8% entre 1996 y 2008. En el intervalo de 1999 a 2005 los beneficios empresariales en España crecieron un 73% -más del doble de la media de la Europa de los 15-, mientras que los costes laborales aumentaron apenas un 3,7% -cinco veces menos que la Europa de los 15. La brecha entre las rentas de los ricos y los asalariados en este país no ha dejado de crecer desde entonces. De estos datos se puede inferir que no todos los trabajadores se endeudaban por el placer de comprarse un BMW, sino principalmente por la disminución real de su capacidad adquisitiva.
Los ricos se hicieron más ricos durante este periodo pero también se beneficiaron de la crisis gracias, en gran medida, a la explotación laboral y a unos beneficios fiscales que son impensables en sociedades evolucionadas como Suecia o Finlandia (el 1% de las rentas altas solo pagan el 20% de lo que contribuyen sus equivalentes en estos países nórdicos).
Hacernos sentir culpables a los ciudadanos es parte de la estrategia neoliberal para que así se asuman dócilmente los recortes que acaban beneficiando las entidades financieras y a las grandes fortunas. Es el precio para redimirnos de nuestros hipotéticos "pecados".
Charo, y sus compañeras y compañeros, se definen como "abuelos indignados" pero su lucidez rechaza los falsos dogmas que otros, muchos más jóvenes, repiten como loritos amaestrados. Ellas y ellos saben que la solidaridad es la auténtica ternura de los pueblos aunque no hayan leído a Gioconda Belli ni tuvieran la oportunidad de acceder a una educación digna ni a una vida acomodada. Paradójicamente, comprenden mejor el presente y velan por garantizar el futuro de quienes tomarán su relevo en este planeta.
Merecen toda mi admiración y mi respeto. Sería un crimen imperdonable defraudarles.
0 comentarios