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HAMBRE DE ROSAS

HAMBRE DE ROSAS
Llevo unos días que no puedo quitarme de la cara la sonrisa. Es una sonrisa plena, aunque no les negaré que también un poco aviesa, que me brota espontánea cuando escucho el agorero aullido de la jauría anti-esperanza. Están que muerden con la posibilidad de que se les de la vuelta la tortilla. El populacho está pasando a la ofensiva. Ahora somos conscientes de haber sido engañados, manipulados, expoliados y, de propina, acusados de ser responsables de nuestras vidas en quiebra. Demasiado vapuleo para no despertar hasta al más comatoso de los pueblos.

El miedo cambia de bando. Quiero creerlo. Quiero pensar que los  Ratos y los Blesas, los Fabras, los Gürtel, los Bárcenas y Pujoles, los de las tarjetas black, los de los eres y  (resumiendo para no caer en una letanía cuasi infinita) todos los trapaceros inmorales que infectan de punta a rabo nuestra geografía, están que no les llega la camisa al cuerpo con la perspectiva de un frente ciudadano progresista que cree mecanismos para evitar esta clase de fechorías. Que el monstruo bicéfalo que juega al pin-pon con nuestra democracia entienda que unos ratoncillos soñadores y voluntariosos planean embargarles la pelota. Al pueblo lo que es del pueblo. También, como no puede ser de otra forma, las riendas de su destino.

Converger o no converger, esa es la cuestión en estos días. Mantener la identidad pura como una virgen vestal dispuesta al sacrificio o tejer redes para el entendimiento entre las formaciones y movimientos ciudadanos que apuestan por una sociedad más justa y plural.  A priori, hasta el estratega más mediocre lo  tendría claro: Sumar nos hace más fuertes. Siendo más lo que nos une que lo que nos separa, no es el momento para medir pedigrís, a ver cual es el más largo. Se trata de plantar cara a la mayor agresión que está sufriendo la clase trabajadora desde la dictadura y que ha conseguido excluir del injusto sistema a millones de españoles.

Hablamos del derecho al pan, el trabajo, el techo y la dignidad para todas y todos. Unos mínimos fundamentales que un país civilizado tiene la obligación de garantizar a los ciudadanos. Ha sido el lema de las Marchas por la Dignidad pero podría extrapolarse a otras organizaciones y movimientos que comparten los mismos principios. Si queremos que la sonrisa permanezca inmutable estamos obligados a entendernos. Todos juntos podemos hacer que el miedo salte de trinchera y se agarre a los fusiles de los inmorales provocando que el tiroteo les reviente la culata.
Pan, trabajo, techo, dignidad y... rosas. Porque sobrevivir no es suficiente. También los corazones tienen hambre tras este largo ayuno de ilusiones. Hambre de justicia social, hambre de la alegría robada, mancillada. Hambre de rosas. Ahora que recién recuperamos la sonrisa, es obligación de todos mantenerla. 

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