¿FRACASADOS O CANALLAS?
Después de estar los últimos días sumergida en la vorágine surrealista que acarrea el convenio colectivo que estamos negociando con nuestra patronal (siempre desde mi óptica de sindicalista minoritaria a pie de trinchera enlodada por la reforma laboral) solo me faltó la puntilla de tener que oir las declaraciones de Rosell en el programa de Évole para pasar al modo cólera. El presidente de la CEOE los tiene "cuadraós", el tío. Debe ser algo inherente al cargo porque, ¿cómo olvidar a su ejemplar antecesor Díaz Ferrán? Ese adalid empresarial que nos recetaba trabajar más y cobrar menos. El mismo que ahora se va a tener que enfrentar a una pena de 16 años de cárcel por los delitos de alzamiento de bienes, insolvencia punible y blanqueo de dinero.
Sus trabajadores, efectivamente, trabajaron un montón sin ver una nómina. El genial ex-presidente tenía la clave para que sus representados pudieran ser más ricos pese a la crisis: la esclavitud. No es que sea un sistema novedoso. Pero la puñetera lucha proletaria había consolidado unos derechos laborales que se interponían a ese oscuro objeto del deseo de la gran patronal.
Porque es a ellos, a los grandes empresarios, a los que representa verdaderamente la CEOE. El propio Rosell lo admitía tácitamente en la entrevista al reconocer que existían muchas trabas para los emprendedores y las PYMES. ¿Por qué no emplean la misma energía e influencias institucionales para solucionarlas que las usadas para introducir la reforma laboral? La respuesta es evidente: éstos no interesan. La CEOE tiene inclinación por otros peces más gordos.
Poderosos escualos que se aprovechan de unas leyes diseñadas para el crimen financiero que les permiten deslocalizar empresas y radicarlas en paraisos lejanos a salvo del fisco nacional. Son los que van de patriotas y llevan la marca España por montera. Rosell lo sentenció este domingo con un aplomo envidiable. Lo hacen porque pueden. Porque ninguna voluntad política es lo suficientemente fuerte, o está interesada, en evitar que esto suceda.
Dice Rosell que un despido es un fracaso. ¡Qué canalla! ¿No auguró el estrepitoso fracaso que traería la reforma que dictaron al oido del gobierno? ¿Désde qué lógica endiablada facilitar el despido puede ayudar a crear empleo? Que se lo diga a la cara a los seis millones de fracasos que corren a su cuenta.
Una vez que vencí las arcadas que me provocó la sobredósis de cinismo que rezuma el personaje, tuve una reflexión lúcida: Somos nosotros o ellos. Esta casta envilecida no quiere medias tintas. Están engrasando los grilletes a la par que saquean el estado. Y el gobierno es de los suyos, por eso les pone alfombra roja. ¿Acaso les extrañaría que un indulto evitara que Díaz Ferrán acabara siendo carne de presidio? A mí no. Pero les juro que, si esto sucede, me plantearé muy seriamente darme de baja de esa patria representada por unos tiburones que lucen la marca España en el colmillo. Palabra de proletaria encabronada.
0 comentarios