¡ A LA MIERDA !
En el non va plus de la impudicia, el partido popular saca pecho y Cospedal para negar la mayor. La portada de "El País" ( los datos acerca de la identidad de los "sobrecogedores" y el origen gürteliano de la pasta en cuestión), supondría la caída del gobierno hasta en una democracia de opereta. Si a eso añadimos los sacrificios heroicos que se están exigiendo a la ciudadanía y el expolio social contra los más débiles, a servidora le nace entonar la marsellesa. Como aspirante a ser digna heredera ý representante de la Izquierda Depresiva Aragonesa, fundada por nuestro añorado Labordeta, suscribo lo que ya les manifestó gloriosamente mi paisano: ¡Váyanse a la mierda!
En aquella ocasión, corría el año 2003, la bancada popular mostraba su desprecio y dirigía insultos y descalificaciones, una vez más, al congresista aragonés. A la cabeza de los hooligans peperos: un altanero Alvarez Cascos que por aquel entonces era ministro de fomento. El mismo Alvarez Cascos que aparece ahora en los papeles de Barcenas como presunto "sobrecogedor". Al lado de los nombres de otros prominentes padres y madres de la patria como el mismo presidente Rajoy, Javier Arenas, el tito Rato y hasta de esa reinona de la teja y la mantilla, ¡ay Dolores!, de Cospedal. La consigna interna del partido es evidente: ¡Tonto el que no trinque! O desleal y traidor, si se te ocurre reclamar luz y taquígrafos. Ya saben aquello que decía Corleone, está muy feo delatar a la familia.
Recordando aquel día de marzo del año 2003, en el que un digno Labordeta les mandó a la mierda, me arrebata un orgullo inenarrable. "El Abuelo", título honorífico con el que los aragoneses conocemos a Jose Antonio Labordeta, era un tipo íntegro ante todas las cosas. Pero además era poeta, profesor, catedrático y un político que no podía pensar en términos políticos. Solo le interesaban los humanos. Fue un luchador por y para la libertad que no se acobardó nunca de decir lo que pensaba.
Ese ¡A la mierda! levantó una oleada de interesada indignación entre los provocadores. Lo usaron para vilipendiar al embrutecido provinciano que reaccionaba cual gañán en la Cámara Alta. Y sí, era cierto, don Jose Antonio no vestía finos paños y era hombre recio y poco aficionado a las zalamerías. Pero era todo un caballero. Y empecinadamente honrado. No como otros que aparecen en listas vergonzantes y privatizan como si fuera su último día en el planeta. La crema y nata del partido de un gobierno que conduce nuestro país directamente a la mierda.
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