REFUNDEMOS EL SINDICALISMO
Cuando comencé a trabajar de limpiadora, con apenas dieciocho años, las condiciones laborales eran poco menos que esclavistas. Mis compañeras eran mayoritariamente mujeres de extracción social muy humilde. Muchas capitaneaban familias uniparentales y debían lidiar solas con la educación y el sustento de su prole. Si eres mujer y pobre, la vida tiende a ensañarse con más crueldad, es un hecho. Sin oportunidades para la formación, el analfabetismo era habitual en nuestro gremio. Algo que era visto como una cualidad por el patrón que no quería marisabidillas enarbolando sus fregonas. La precariedad y el miedo a no poder llevar el sustento a casa, unido al desconocimiento de sus derechos, les proporcionaban trabajadoras más dóciles y maleables.
En esos tenebrosos tiempos, en los que las coacciones y amenazas formaban parte del protocolo empresarial, me decidí a ser sindicalista. Fueron años emocionantes en los que mi gente me mostró la grandeza de un espíritu solidario y combativo. Aprendí más en las trincheras, codo a codo con estas regias luchadoras, que escuchando las disertaciones de los eruditos en cualquier remota aula. Sindicatos y trabajadores, como un solo bloque, conseguimos remontar la penuria y dignificar nuestros empleos. El año pasado, tras pasar una década en barbecho, volví al sindicalismo. Me encontré un escenario de desconfianza hacia todo lo relacionado con los sindicatos. Una insidia anti-sindical que la rampante derecha ha difundido entre la clase trabajadora con el único propósito de mantenerla cautiva y desarmada ante los intereses patronales. Es cierto que los sindicalistas no somos ángeles. Muchas veces nos equivocamos y erramos la estrategia. También es verdad que algunos representantes de los trabajadores ensucian la confianza que han recibido sacando provecho de su posición. Para éstos, ni agua. Cada cual deberá limpiar su casa sindical de alimañas y chupócteros si quiere recuperar la credibilidad. La época que atravesamos requiere compromiso y transparencia. Pero lo que es obvio es que necesitamos estructuras sindicales para defendernos de la ofensiva del capital. Lo que ahora han derrumbado a cañonazos, lo construimos entre muchos con sangre, sudor y lágrimas. Los sindicatos obraron un papel indiscutible pero, sin el apoyo de la gente, no hubieran conseguido nada. A pesar de que sus sombras también me decepcionan y desearía unos sindicatos más beligerantes, honrados y posicionados a la izquierda, no creo que sea buena idea tirar toda la casa porque tiene una gotera. Lo suyo sería reformarla. Pues eso, manos a la obra. Refundemos el sindicalismo.
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Tito -