NUNCA MORDIMOS TANTO POR TAN POCO
De una crisis se pude salir más fortalecido. Teniendo en cuenta la magnitud de la que atravesamos, no sería disparatado esperar que la sociedad se viera sometida a un proceso catártico que introdujera profundos cambios. Aunque ya se que no está de moda hablar de la revolución.
El germen revolucionario no encuentra acomodo entre una ciudadanía desclasada a la que se ha instruido en la cultura del individualismo y la apatía política. Nunca mordimos tanto por tan poco, explica el filósofo Gilles Lipovetsky. La corriente neoliberal nos convenció de que la riqueza estaba al alcance de cualquiera si sabía mutarse en tiburón en las pantanosas aguas de los negocios. El planeta entero se llenó de escualos. De distintos tamaños y diferente capacidad de mordida pero igualmente peligrosos para la especie humana. Nos inculcaron que más es mejor y que competir es un proceso de selección natural. Todos pasamos a formar parte del problema. Hemos vivido en un estado de autismo emocional. Contemplando con indolencia como la supuesta riqueza de Occidente se fraguaba sobre la injusticia y la pobreza en el tercer mundo. Ahora la miseria llama a nuestra propia puerta y nos sorprende. ¿Qué esperábamos? Somos libres para tomar opciones. Lo que nos toca vivir es el resultado de esas malas elecciones. El miedo y la ansiedad solo nos hacen más esclavos. La insolidaridad, más mezquinos y débiles.
Ésta puede ser la era de los valientes. Una época para corazones amotinados. Para los desdeñados utópicos que pueden intuir un mundo más humano. Para auténticos revolucionarios.
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