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FIERAMENTE HUMANA

FIERAMENTE HUMANA

Como dicen los versos de Blas de Otero, ahora vivir se ha puesto al rojo vivo.

 Con la visita del Papa pudimos comprobar la euforia de sus jóvenes cachorros. Soldados de Cristo, hormonas reprimidas que danzan y cantan alabanzas a un ídolo de carne mortal y sangre roja.
(Siempre la sangre, oh dios, fue colorada)

Defended vuestra fe frente a la cultura relativista dominante que renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, les anima Benedicto. Y rosario en mano, algunos de estos ángeles, interpretan el mensaje como si de una guerra santa se tratara.
Iluminados que preparan gas sarín para asfixiar a los infieles. Brazo ejecutor en el nombre del dios que destruyó Sodoma sin asomo de piedad en la conciencia pétrea de la que gozan los seres superiores. Navajas  que se clavan en la impía entraña del anciano laico que protesta contra el escandaloso fasto de las JMJ. Golpes y porras contra los herejes que propugnan la aconfesionalidad de un Estado que, gracias a dios y a la cobardía de los dirigentes, sigue pagando las cuentas vaticanas, jurando los cargos sobre una biblia y bajo un crucifijo por el que resbala la sangre roja, siempre roja, rojísima, derramada para redimir nuestros pecados. Boinas carmesí que alzan sus desafiantes manos falangistas bramando: ¡Viva Cristo Rey! Pero, ¿en qué quedamos? ¿No dijo el de Nazaret que su reino no estaba en este mundo?
 
España dividida. Partida en dos eternamente. Hasta que la muerte o el infierno nos separe para siempre. Espiritualidad usurpada por las bravas a las masas que se resisten a adorar al becerro Ratzinger. Fetiche humano envuelto en seda blanca que repta en su vehículo blindado repartiendo
aleatoriamente bendiciones y hostias consagradas. Un lujo obsceno rodea al que fuera un joven hitleriano. Al que fue la cabeza inquisidora de una religión que predica compasión pero a la que no le tembló el pulso para eliminar a todos los que considera enemigos de su culto.
 
Benedicto condena, entre tablas de ibérico y buenos caldos, el materialismo de una sociedad cruel e inhumana. Pero no tiene tiempo para los desahuciados. No pierde un segundo en reunirse con las sangrantes víctimas de un sistema anti-personas. No piensa blandir el látigo contra los mercaderes que proveen su mesa de manjares exquisitos y tienden la alfombra roja para que pasee su descarnada infalibiilidad entre los oprimidos prometiéndoles el reino de los cielos. Resignación hermanos.
 
La Naturaleza se revuelve. Ordena una tormenta atroz para cerrar esa boca que escupe propuestas de amor y de justicia desoyendo los gritos agónicos de los africanos. Lo de Somalia es triste, muy, muy triste. El corazón del Papa se conmueve por esas criaturas que no comen pero que son comidas por las moscas. Aunque desde lejos. La miseria es menos lesiva para uno cuando no se contempla con los propios ojos. La compasión no cala tan profunda como para desprenderse de todos los bienes materiales e intentar paliar esa pobreza. Somalia es el infierno en esta tierra. Pero la voz del vice-dios no dice nada sobre los demonios que azuzan su caldera. Silencio sobre los especuladores, corruptos, explotadores, blanqueadores de dinero acuñado con la roja sangre (otra vez roja, rojísima) de los parias del planeta.
 
Sin embargo se alza combativa contra los jabalíes del laicismo, angeles caidos fieramente humanos, para prevenirles contra sus pecados. Pecados contra-natura los define el Pontifice. Homosexuales, abortistas, hombres y mujeres que disfrutan del sexo sin intención de concebir más criaturas que sean comidas por las moscas y por las penurias. El sexo es la ignominia. La mujer, si pierde la pureza que reside en su hímen, el hilo conductor que arrastra al varón a la inmundicia. Por eso las féminas no pueden investirse como sacerdotisas. La mancha de su culpa, ese original pecado que alojan entre sus perversas piernas, mancillaría la santa misión del sacerdocio. Poco importa la lascivia de los curas, machos legionarios de un tal Jesucristo, tentados por las turgentes carnes de los niños. Para ellos el perdón, la comprensión e incluso la complicidad más absoluta.
La lluvia no permite que benedicto acabe su discurso. Quizás quiera lavarle de todos sus pecados. Limpiarle, con furia panteista de todas sus mentiras. Anegar su corazón blindado al sufrimiento para reventar las puertas de su fortaleza, paraíso fiscal de la codicia.
 
Yo quisiera ser criatura angélica capaz de perdonarle. Pero no puedo. Será mi condición de hembra lujuriosa forjada en la sangre (roja, rojísima) que corre por mis venas.
 
Será que solo respondo al redoble de conciencia que me recuerda que soy una mujer que únicamente aspira a ser desesperada y fieramente humana.
 

1 comentario

María Dolores García Pastor -

Sí señora, con dos ovarios. Se puede decir más alto pero no más claro. Estoy en todo todito contigo. Una mujer que también "aspira a ser desesperada y fieramente humana".