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OPORTUNAMENTE CUERDOS

OPORTUNAMENTE CUERDOS

Bertrand Russell aseguraba, con muy buen criterio, que la mayoría de los problemas del mundo procedían de que los ignorantes siempre parecen estar seguros de las cosas mientras que los inteligentes tienen dudas. Estoy de acuerdo. Las afirmaciones sin fisuras ni vacilaciones me  sobrecogen. Pero mucho más cuando la teoría que se defiende con vehemencia, como ocurre con la energía nuclear, está fundada sobre falsas premisas y argumentos torticeros. Si además, arañando someramente con la punta de las uñas, descubrimos que la solidez de su discurso corresponde al beneficio de los negocios privados, eso sí con dinero público, el mosqueo sube de intensidad. Pero el paroxismo llega tras comprobar que lo que se nos vendía como una fuente segura puede originar una hecatombe de consecuencias incalculables para todas las especies de vida que pueblan el Planeta. Llámenme oportunista si quieren pero tras el desastre de Chernóbil y lo ocurrido en Fukushima me parece de lo más inteligente dudar de la veracidad de los razonamientos pro-nucleares. Y voy más lejos todavía, cualquier persona cuerda rebasaría la duda más que razonable para oponerse abiertamente a la cultura nuclear por muchos motivos. El principal, es obvio, los riesgos que entraña para nuestra supervivencia. Más siendo el más apremiante, no es el único. También es importante desmontar esa maraña de mentiras con la que nos andan envolviendo sobre la inevitabilidad de apostar por el átomo frente a las renovables. El capital que los estados invierten a favor del monopolio nuclear, cuatro veces más que lo que se destina a la investigación de auténticas energías limpias, revierte en el bolsillo de unos tipos que no son ignorantes, sino piscópatas financieros. Los ignorantes, algunos con más veneno que otra cosa en sus cerebros estreñidos, son sus portavoces políticos y mediáticos. Atacando a cara de perro a todos los que cuestionan a sus amos con la esperanza de que les caigan las migajas del banquete. Sin entender, como disciplinados idiotas, que las sobras de esa bacanal desprenden un inconfundible olor a muerte.

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