LOS LÍMITES DEL MAL
¿Hasta donde puede llegar la perversión de este sistema?, ¿Dónde está el límite para la explotación y el abuso? Y mucho más importante, ¿Quién lo va a definir? Dice Cayo Lara que debería ser un delito despedir con beneficios. Que no es ético supeditar los puestos de trabajo a la competividad. Pero la realidad nos muestra su cara más sórdida en empresas como Telefónica que, con una ganancia de 10.000 millones, ha destinado 600 a despedir trabajadores. A la codicia mercantil no le basta con ganar dinero a espuertas, debe ganar más que su competencia. Ser líderes en el sector es más importante que salvaguardar los empleos de quienes, con la vara de medir neoliberal, se han convertido en un lastre para su ascensión a los cielos del capitalismo salvaje. No debemos esperar misericordia de estos feroces lobos mercantiles. Sus tecnócratas han sustituido el corazón y la decencia por los índices de cotización bursatil. Ni de un gobierno que ha renunciado a su esencia proletaria para amancebarse con los tiburones financieros. Mucho menos de un oposición que aguarda su turno agazapada para lanzarse a nuestras yugulares a succionar la poca sangre que nos queda. Entonces, ¿estamos perdidos? Yo no se si perdidos pero desorientados, fijo. Nuestra escasa capacidad de reacción ante las infames reformas que se nos van inoculando abre la veda de los despropósitos. Todo nos amenaza pero nosotros seguimos circunspectos, sumisos al destino que nos quieren trazar los poderosos. Incrédulos y paralizados mientras perdemos los derechos laborales, uno tras otro. Nuestra catatonia les da la medida exacta de los atropellos que aún pueden perpetrar. Somos nosotros mismos, nuestra inacción y nuestro miedo, los que gritamos al capital: ¡Eh, no te cortes! Puedes darle rienda suelta a tu psicópata avaricia. Como ves, no vamos a oponer demasiada resistencia. Y así, pasivamente, colaboramos en cavar la tumba donde se acabará enterrando nuestro futuro y la escasa dignidad que todavía colee.
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