PÓNGAME UN CAFÉ ISLANDÉS
¡Vaya, vaya! Parece que, en contra de lo que muchos nos quieren hacer creer, existen soluciones valientes y pacíficas para remontar la bancarrota de un estado, evitando que sea el pueblo quien pague el pato como siempre. Ahí están los islandeses que en el 2008, tras ver como se desplomaban su bolsa y su moneda por el juego especulativo de los carroñeros de las finanzas, estuvieron a punto de asistir a la subasta de su propio país. Pero hete aquí que estos aguerridos nórdicos emprendieron una revolución pacífica consiguiendo: la dimisión masiva del gobierno, la nacionalización de la banca, referéndum para que sean los ciudadanos quienes decidan su destino sobre las cuestiones económicas importantes, la encarcelación de los responsables reales de la crisis y, con un par de bemoles, se han puesto a reescribir su constitución a la vez que han emprendido una campaña de libertad de prensa y expresión. Y el pueblo islandés, que ha demostrado ser más soberano que ninguna otra étnia europea, además, ha decidido no pagar su deuda. Sin derramar una sola gota de sangre, sin que los letales vaticinios de los agoreros del pensamiento único les haya hecho renunciar a la esencia democrática. ¡Olé, olé y olé! Nos han dado una lección de coherencia y madurez que debería hacer callar las voces de algunos agentes políticos o sindicales de la presunta izquierda cuando, con un mohín de fastidio en su expresión, justifican su cobardía e inconsistencia ideológica con aquello de: ¿Y que otra cosa podíamos hacer? ¡Tómense un café islandés!
Publicado en Público y El Plural
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