EL HOMBRE QUE NO QUISO RESIGNARSE
Si existía algo que caraterizaba a Saramago era su capacidad de indignarse. De esa indignación brotaba la fuerza de su verbo, que no pretendía otra cosa que desasosegar a las almas resignadas a la fatalidad de lo indigno. Al contrario que la Iglesia Católica, que se permite el lujo de criticarle, encontró en su ateo corazón el valor y la fuerza para denunciar injusticias y grandes falacias. El Vaticano ha predicado la mansedumbre, favoreciendo así a los poderosos frente a los oprimidos. Prometiéndoles el cielo como compensación a su sufrimiento terrenal. Una vez convertidos en dóciles corderitos, el rebaño de dios, se facilita mucho la labor del matarife. A Saramago le acusan de hacer banal lo sagrado. De ser un populista extremista y un irreverente.¡Mira, como su líder! La historia del Jesucristo de los evangelios, al margen de la fe, nos muestra la imagen de un revolucionario de un extremo populismo. Un inconformista ante la iniquidad de sus tiempos. Como Saramago. Solo que Cristo promovió una revolución que fué degenerando, como suele pasar con todas las revoluciones. Y su Iglesia, ha acabado utilizando todo el poder que le ofrecía su condición sobrenatural para servir a intereses mucho más mundanos. El escritor portugués pretendía agitar conciencias. Lograr que la sinrazón y el atropello nos incomodaran hasta hacernos imposible el echar la vista a un lado. En un mundo que parece a punto de engullirse a sí mismo por la codicia y la pasividad, Saramago intentaba despertarnos del letargo. Por eso no deben extrañarnos las airadas declaraciones de L`Osservatore Romano. Con agitadores como el portugués, tarde o temprano, la gente acabaremos desprendiéndonos de las legañas y se les fastidiará el negocio.
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Eduard -