AMAR COMO DIOS MANDA
Yo pensaba que dios, en caso de existir, andaría muy preocupado por las terribles injusticias y desigualdades que asolan a la humanidad. Pero resulta que su orden de prioridades es otro y lo que verdaderamente inquieta al altísimo es la degradación moral y sexual en la que retozamos algunos, empeñados en saltarnos el patrón heterosexual y amar libremente a quien se nos antoje. Que dios tenga problemas con el amor libre no debería extrañarnos. Al fin y al cabo parece que se trata de un tipo solitario cuya omnipotencia le vacuna contra las pasiones terrenales. Pero son sus ministros y predicadores, gente carnal aunque con un alto grado de represión, los que están empeñados en curar todo aquello que, desde su óptica, perciben como una desviación. A base de Ludiomil y Dogmatil y con una buena terapia conductista, no hay gay que pueda seguir mariposeando. O eso creen. Los homosexuales que acuden a centros de orientación religiosa, como la policlínica Tibidabo de Barcelona, son sometidos a estimulaciones similares a las de el perro de Paulov. Medicados hasta lograr una especie de castración química que regule lo que entienden como una disfunción. En definitiva, se atenta contra su dignidad sexual y moral tratándolos como enfermos por el horrible crímen de no poder amar "como dios manda". Algunas de estas personas acaban suicidándose ante la impotencia para dominar la opción sexual que su naturaleza les dicta. A estas alturas de la copla, y a pesar de que la homosexualidad ya no se contempla como enfermedad por ningún organismo internacional, la culpa y el pecado siguen impulsando a muchos a buscar una cura que les corrija "el problema". Pero yo creo que es otro "el problema" que se debería corregir.
Me refiero a esa mirada cicatera y carente de piedad con la que, en nombre de sus dioses, unos individuos estigmatizan a otros por nimias diferencias. Es la capacidad de amar lo que nos hace humanos. Y son los que tienen dificultades para hacerlo los que debieran someterse a una terapia intensiva. Ese es el trastorno real que tendrían que tratarse. Pero me temo que esa aridez en el alma no tiene remedio. Aún no se ha inventado el fármaco capaz de dominar la intolerancia y vencer a la estupidez. Este es el auténtico reto al que se enfrenta la comunidad científica y toda la sociedad en general.
Publicado en Público el 16 de agosto del 2010
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