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QUE LA MUERTE NOS SEA LEVE

QUE LA MUERTE NOS SEA LEVE

La muerte, esa ineludible cita que todos tenemos al final de nuestras vidas, es un trance que debemos afrontar en solitario. Sin embargo, cuando un individuo emprende este viaje sin retorno, pocas veces puede tomar decisiones sobre cómo quiere que se desarrolle el proceso. Suelen ser otros, embuidos en razonamientos éticos o religiosos, los que se otorgan la potestad de determinar hasta dónde se debe alargar una agonía. Morir rabiando no tiene nada de heroico ni espiritual. El sufrimiento innecesario forma parte de la imaginería católica que siempre ha sacado gran rentabilidad de los escalofriantes estertores de sus mártires. La Semana Santa es la suprema exaltación de esa filosofía. El propio hijo de dios, ante la perspectiva de los acontecimientos que le conducirán a la muerte, le pide al padre que aparte de él ese cáliz. Pero su terrible progenitor entiende que no existe la redención sin el dolor y le condena a extremos padecimientos sin que un ápice de compasión enturbie el destino que ha planeado para su vástago. La detallada y escabrosa descripción de "la pasión" de Cristo es, del principio al fin, una sublimación del sufrimiento como método para obtener beneficios sobrenaturales. Un camino mucho más directo hacia el cielo que un insustancial y súbito fallecimiento carente de tormentos y de angustia. La estética de la agonía impregna a una sociedad educada en su cultura, que además, se agarra desesperadamente a los avances de la tecnología médica para tratar de burlar el pánico que nos produce la Parca. Como consecuencia, muchos enfermos terminales acaban sus días retorciéndose por la obstinación de otros en dilatar su final. Una postrera burla sobre la quimera de nuestra libertad puesto que ni siquiera nos dejan opción para elegir las circunstancias que antecederán a nuestra muerte.
 
El Parlamento Andaluz, con su recién aprobada ley de la Muerte Digna, ha dado un paso adelante en la defensa de esta libertad. En ella, se reconoce la autonomía del paciente y el derecho a que su voluntad sea cumplida llegado el momento.Admite la posibilidad de que se pueda redactar un testamento vital que debe ser respetado, independientemente de las consideraciones de personas ajenas al propio enfermo como familiares o facultativos. Una decisión tan personal como rechazar un determinado tratamiento o solicitar cuidados paliativos, aunque aceleren el proceso, no puede estar en manos de quienes anteponen el ensañamiento médico a una muerte plácida y serena. Sus planteamientos morales, sus objeciones, entran en abierto conflicto con un derecho fundamental del ser humano: morir dignamente. Por eso, ante las declaraciones de los ultracatólicos, como el obispo de Málaga, comparando la muerte digna con el genocidio, solo me queda contestarle con un poco más de caridad de la que él mismo muestra y desearle lo mismo que quiero para mis seres queridos y para mí mismo: Que la muerte te sea leve, compañero.

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