EL BARCO PIRATA DE MARIVÍ
"Yo no me voy". Éstas fueron las contundentes palabras de la alcaldesa de La Muela en el primer pleno del ayuntamiento al que asistió, recién salida de la cárcel, después de que entre sus rumbosos amigos y familiares pagaran la fianza de 800.000 euros que se le impuso. Y es que es bueno tener coleguis y parientes tan agradecidos y leales que, siguiendo el código de honor de los bucaneros, acudan solícitos a cerrar filas junto a su capitana. Esa misma que se jacta de dirigir el barco, cuya enseña pirata ha sido sustituida por el logotipo de D&G, y que supo repartir generosamente el botín obtenido en sus singladuras entre quienes ahora le devuelven el favor reafirmándola en el mando de la nave contra viento, marea y el más mínimo atisbo de vergüenza. Al fin y al cabo, ¿qué son once imputaciones de delitos? La democracia y la presunción de inocencia le conceden a Pinilla la disparatada posibilidad de seguir agarrada a su cargo como esos parásitos que, habiéndose hecho resistentes al veneno, siguen fijados a su huesped, o a su ayuntamiento, aplicados hasta succionar la última gota de sangre. No, ella no se va. Los que lo hacen son otros conejales que, al contrario que Mariví, han oido hablar del honor y todas esas zarandajas obsoletas y trasnochadas. La alcaldesa no se va, pero acepta "democráticamente" la decisión de los que optan por hacerlo y, ante las risas de su audiencia, amenaza con desalojar la sala. Y yo la veo con su desafiante sonrisa y su look informal, pero de marca, y no puedo evitar que me venga a la memoria la imagen de un Jack Sparrow femenino que, casualmente, también ha fondeado por los mares del Caribe y que, como él, se reafirma en el lema: Ni dios, ni patria, ni ley, aunque un poco adaptado: Ni decencia, ni honra para su pueblo ni justicia. Todo un clásico en este país de charanga y pandereta, vaya.
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