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DERECHO A LA VIDA

La Iglesia católica, siempre a la vanguardia del anacronismo, continúa su cruzada antiabortista recurriendo a las tesis de la ciencia preconciliar, poco rigurosa, pero leal al cristianismo. Sin embargo, su preocupación por la defensa de la vida en su estado embrionario prevalece sobre el interés por otras muchas vidas que, en múltiples conflictos en todo el mundo, se están perdiendo a chorros. Si su interés por los niños palestinos, congoleños o iraquíes fuera comparable al que les provocan los no-natos, estaríamos viendo escudos humanos de color púrpura y, a la cabeza, el Papa Benedicto XVI se interpondría con su propio cuerpo para proteger a los inocentes del fuego asesino.
Algo así hubiera propuesto Jesucristo que, según tengo entendido, y al contrario que sus representantes terrenales, era bastante dado a mojarse contra las injusticias. Pero claro, resulta más fácil teorizar sobre el pecado abominable del aborto enfundado en sus cómodos zapatos de diseño que enfrentarse a la realidad de los exterminios cotidianos. Esas vidas, de niños y de adultos, no merecen la misma defensa encarnizada.
Su derecho a la vida, a esa vida perra y sin oportunidades que les ha tocado, no es una prioridad para el Vaticano. Se limitan a una condena ambigua de cada matanza, mientras en sus laboratorios elaboran argumentos para seguir justificando la demonización de sus obsesiones.

Publicado en diario Público el 9 de enero del 2009 y en El Periódico de Aragón el 11 de enero

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