EL ATAQUE DE LAS HORMONAS ASESINAS
Tantos años luchando por la defensa del medio ambiente y ahora resulta que va a ser mi propia orina la causa de una de las mayores agresiones contra la naturaleza. Y lo ha dicho el Papa Benedicto que, como es bien sabido, tiene línea directa con dios y con unos científicos que sirven a la causa del ultracatolicismo desarrollando teorías, como poco, un tanto pintorescas. Este ataque medioambiental procede, como no podía ser de otra forma, del abominable comportamiento de las mujeres, causa y origen de todo pecado, que para gozar de una sexualidad licenciosa y sin consecuencias, utilizamos contra natura la píldora anticonceptiva. Esas hormonas lujuriosas y apóstatas, que no cumplen con su función primigénia de la concepción, son liberadas en la naturaleza cada vez que a una de nosotras, jetzabeles modernas, nos entran ganas de mear. Y no solo contaminamos las aguas y las tierras del planeta, también afectamos a los machos de nuestra especie que, ante la sobredosis de estrógenos asesinos, ven su fertilidad disminuída cada vez que abrimos el grifo expendedor de nuestro desaprensivo pipí. Pero yo ahondaría más en este estudio. ¿Podría deberse a la misma causa la depravación homosexual que vivimos actualmente? Ese descaro y ostentación que acompaña al movimiento gay, ¿no será consecuencia de un subidón hormonal fruto del irresponsable y anatemático consumo contraceptivo femenino y su posterior eliminación vía urinaria?.
Lo que si me queda claro es que el Pontífice no puede esconder su misogenia y que no pierde oportunidad de avalar este sentimiento recurriendo a los más inverosímiles argumentos pseudocentíficos. La iglesia que representa, hecha por y a medida de los hombres, nunca ha ocultado su secular resentimiento contra la mujer y ha tratado de someter y demonizar todos sus actos. Mi abuela, que era una mujer sabia, libre y sin pelos en la lengua, siempre me decía:
"Hija mía, si los curas parieran, el aborto sería un sacramento" Ahora entiendo lo que me quería decir de esta forma tan sencilla y descarnada: Que si los obispos y todos los prohombres de la iglesia católica se transformaran de la noche a la mañana en flamantes señoras, a lo mejor bajo la influencia de nuestras maquevélicas secrecciones, asistiríamos a una auténtica revolución sexual dentro de la iglesia. ¿Quién sabe? Démosle una oportunidad a las hormonas.
Publicado en diario Público el 6 de enero del 2009
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