EJERCICIO DE EMPATÍA DE UNA IDIOTA
La señora Sylvi Listhaug es ministra de inmigración en Noruega. Hace unos días declaró que la solidaridad con los refugiados había llegado al límite. Que ya no podían acoger ni a uno más. Que en su escandinavo y próspero país no cabían más personas huyendo de la guerra y de la muerte. Para paliar la impopularidad de sus afirmaciones a la rubicunda dama no se le ocurrió mayor sandez que hacer un ejercicio de empatía para, según ella, ponerse en el pellejo de los refugiados. Así que, ni corta ni perezosa, se envolvió en un traje de buzo de doble revestimiento para chapotear jocosamente en el mar de Lesbos durante unos breves minutos junto a una lancha de rescate. "Ha sido una experiencia muy especial"- comentó tras el mediático chapuzón del que salió más seca que la mojama.
Y con la sonrisa propia de quién ha visitado un aqua park, afirmó que ahora comprendía mejor las sensaciones que vivían estos pobres desgraciados. La verdad es que no entendió una mierda. O mejor dicho, su acto solo puede equipararse al de un mojón que flota con la misma donosura que la ministra pero con menos indignidad.
La idiota de Sylvi jugó a ser refugiada de luxe dejándose mecer en el mediterráneo con la seguridad que da saber que ningún tiburón querría comerse esa carroña recubierta de naranja neopreno. Hasta las alimañas tienen más cerebro para reconocer un alimento envenenado. Partidaria de cerrar las fronteras a cal y canto la señora Listhaug perdió el pudor, si es que alguna vez lo tuvo, para burlarse del indescriptible sufrimiento de muchos seres humanos. Pero ponerse en el lugar de los que padecen una guerra cruenta, de los que huyen jugándose la vida mientras acarrean a sus pequeños padeciendo mil vicisitudes para encontrarse a ministros tan cachondos como inhumanos en el lado "bueno" del mundo que les cierran las fronteras, les reciben con gases lacrimógenos para luego confinarles como a ratas, no es un juego. Es una payasada cruel que define al personaje. Ni arrojándola en medio de una tempestad con una piedra atada al cuello Sylvi Listhaug sería capaz de comprender el horror y la desesperación de los refugiados. Ella vive ajena a esa tragedia en una burbuja nórdica que la protege más que el patético traje que se enfundó en la isla de Lesbos. Lo único que entiende su rubia cabecita es que la política provinciana y xenófoba que practica puede darle réditos electorales en una Europa con el corazón más negro que un yogurt de petróleo.
Puestos a hacer indecentes ejercicios de empatía podría probar a sacar la cabeza por la ventana para ponerse en la piel de los sin techo. A echarse una siestecita de tres horas para sentir lo que siente un tetrapléjico o a quedarse sin postre para empatizar con los niños que mueren de hambre cada minuto en el planeta. Sería igual de estúpido y ofensivo. O sea que no podemos descartar que la señora ministra siga por esa vereda. Ya se sabe: en que un tonto coge una linde...
¡En fin!. Afortunadamente, para poder reconciliarnos con la especie humana, existen otros ejemplos de mandatarios o ex-mandatarios como el primer ministro finlandés Juha Sipilä o el ex-presidente uruguayo Múgica que abren las puertas de su propia casa a las personas que se ven obligadas a escapar de la muerte y de las bombas. No todo está perdido. También en nuestro país, pese a la cicatera respuesta del gobierno, miles de personas ofrecemos compartir nuestra comida y nuestro techo a las víctimas de la barbarie. Y muchos otros se juegan la vida para rescatarles del mar y denunciar las tropelías que se cometen con ellos.
Si queremos un mundo más seguro quizás debiéramos escuchar a Dostoyevsky: La verdadera seguridad se halla más bien en la solidaridad que en el esfuerzo individual aislado. La solidaridad no es un acto de buenismo, sino de inteligencia. Hoy son ellos los que llaman a la puerta, mañana podemos ser nosotros. Aunque una cosa les digo, si quién necesita de mi solidaridad el día de mañana es Sylvi Listhaug me lo pensaré dos veces ... antes de tirarla al Ebro para alimentar a los siluros. Lo digo por los pobres animalicos que no merecen el maltrato.
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