CUANDO EL MIEDO SALTA DE TRINCHERA
La convocatoria para rodear el Congreso ha puesto a los jefazos de los nervios. Ellos estaban ahí tan tranquilitos, a sus recortes, sin que la presión ciudadana les desviara un milímetro de su aciaga misión desbrozadora. Desmantelar un estado de bienestar como éste y retrotraernos a la sociedad de los años cincuenta no les está costando demasiado. Sinceramente, creo que esperaban mayor resistencia. Pero fueron probando y probando, dando bocados lobunos a la sanidad y la enseñanza, ajustándonos ese yugo que han denominado reforma laboral, alimentando con dinero público la indecente gula de la banca (mientras los caídos por la crisis son desahuciados de sus viviendas), quitando las ayudas a los discapacitados... Ya saben, a lo suyo. O mejor dicho, a lo que mandan la Merkel y su cuchipandi financiera. Porque nuestros diputados, al menos esa mayoría bipolar que se alterna en el gobierno, sí que son buenos vasallos. Acatan sin rechistar los sacrificios que el Reichstag les exige. Eso sí, desde su atalaya elitista donde se sienten inaccesibles a la quema. No como esos revoltosos del 25-S. ¿Quién les manda alborotarse? Todo eso de la soberanía del pueblo queda muy bien sobre el papel pero, ¿de verdad creen que pueden ejercerla? ¡Ni de coña! Si no que les pregunten a los empapelados por la acusación de promover esta iniciativa. A pesar de que se ha explicado por activa y por pasiva el carácter pacífico de la misma, la maquinaria represiva les tilda de sediciosos y viaja en la máquina del tiempo para justificar los arrestos preventivos.
Escribo estas líneas unas horas antes de la cita en el Congreso. Parece que un ventilador gigante está esparciendo partículas de miedo por el aire. Aunque esta vez, el pavor que intentan meternos en el cuerpo, nos ha puesto estupendos. Nos han cabreado esas formas fascistas de reventar una protesta legítima que solo es una consecuencia lógica de la crueldad con la que se está tratando al pueblo. Osea que no descarten que el evento sea un éxito multitudinario. Los que creemos en la libertad somos así. Basta que nos prohiban una cosa para que nos entren más ganas de hacerla. Y eso da miedo, ¿verdad señores diputados? A ver si nos va a dar por practicar activamente de demócratas y se les acaba el chollo. Para mí que, más de uno, está que no le llega la camisa al cuerpo. Puede ser que el miedo, al final, acabe saltando de trinchera.
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