EL GRITO MUDO
A las doce en punto de la noche del sábado un conmovedor grito silencioso rompió las tinieblas que acechaban para inundar de sol las plazas de toda España. Para disgusto de sus detractores, el 15-M no ha muerto. Ni siquiera ha estado de parranda. La masa crítica que representa está más indignada que hace un año cuando los primeros rayos se abrieron paso entre la corrupción, la ineptitud política y la falta de democracia. Hay que reconocer al lado oscuro que su colaboración ha sido imprescindible para estos despertares ciudadanos. Si nuestros gobernantes no hubieran sido tan diligentes para en hacernos pagar la Gran Estafa que perpetraron los delincuentes financieros, otro gallo cantaría. Quizás, la gente hubiera permanecido en sus casas, trabajos y universidades sin enredar en esas cosas de política que tradicionalmente hemos creído que corresponden a los profesionales. Pero la impericia de la caspa política nacional, su pusilánime servilismo para ejecutar las órdenes de saqueo recibidas por la cancerbera berlinesa del capital, sus incumplimientos electorales y reiteradas mentiras nos están espabilando más de lo que tenían calculado. Nos habían explicado que la democracia consiste en depositar el voto en una urna cada cuatro años y olvidarse del tema hasta las próximas elecciones. En ese periodo, los elegidos contarían con patente de corso para maniobrar a su antojo. Aunque contradijeran las promesas brindadas a sus votantes. A eso se reducía la soberanía popular. Al pueblo se le atribuía una minoría intelectual que obligaba a los jerifaltes a tutelarle paternalistamente evitando que tomara decisiones propias de adultos libres vía referendum por ejemplo. Los cuarenta años de dictadura del chaparro asesino tampoco ayudaron mucho. Durante generaciones, los españoles fueron programados para no involucrarse en política empleando métodos muy persuasivos para lograrlo. La Democracia nació con ese miedo a despertar a la bestia. Pero mientras dormíamos el sueño de los justos refugiados en un limbo cognitivo, otra clase de bestia se estaba haciendo fuerte. El capitalismo salvaje ha hecho estallar todos los pactos. Ha irrumpido en nuestras vidas haciéndolas añicos. Nos ha hecho comprender que solo debemos tener miedo del miedo y que es nuestra obligación hacer política si estimamos en algo nuestra supervivencia. Por eso importa poco que a los indignados se les eche de las plazas o se les criminalice. Ese grito mudo sale de millones de gargantas atenazadas por la injusticia insuperable que sufrimos. Es la sorda caja de los truenos que alumbra la noche en la que andábamos perdidos. Un atronante alarido que no podrán desalojar a golpes ni a porrazos.
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