LA FACHADA NACIONAL
El 1 de mayo me pasé la mañana saltando de una manifestación a otra para poder hablar con los amigos. Por alguna razón que mi cabecita no entiende, los sindicatos de izquierdas no marchamos juntos este día. Mi corazón libertario nunca ha sido amigo de abrazar ninguna sigla ni de formar parte de cualquier club que ose aceptarme. Y aunque es cierto que mantengo un vínculo añoso con la CGT, la actividad sindical me ha enseñado que los mayores logros son fruto de la fuerza de la unión. Es más lo que nos une que lo que nos separa, no debemos olvidarlo. Sobre todo en este momento histórico que deja a la clase trabajadora inerme al abuso y la explotación. Dividir la resistencia no es inteligente. No hay lugar para ejercer ese narcisismo ideológico en el que se enrocan algunos arguyendo no querer contaminar la pureza de sus estatutos. Si perdemos la contienda, estamos perdidos todos. Así de simple. Y así lo entiende también la fachada nacional que, desde sus púlpitos mediáticos, hinca el diente a las desangeladas filas sindicales. Hay que ver cómo se nos desconjonan relatando que, a pesar de la somanta recibida, la case trabajadora responde poco y mal en la calle a tamañas agresiones. Cómo caricaturizan las movilizaciones dibujando unos líderes obreros zafios y gañanes que solo persiguen mantener su status buro-sindical.
Ellos, los de la fachada nacional, no se andan con tantos remilgos para aglutinarse. Siempre han sabido silenciar sus odios intestinos para presentar un frente inquebrantable. A la derecha le reune la víscera depredadora que, a la vista está, es mucho más resolutiva que la reflexión intelectual en la que se dispersa la izquierda. La ofensiva que tenemos encima tampoco tiene matices. Es un ataque global contra los derechos fundamentales de los ciudadanos. Sobre todo contra los más humildes e inocentes del cambalache financiero en el que nos han enredado. Podemos elegir entre sumar voluntades para defendernos o diseminarnos para mayor ganancia de estos crueles pescadores. Ellos continúan a lo suyo. Cada día más crecidos. Riéndose a carcajadas del disperso pataleo que les brinda el respetable.
Desde mi destalento se me ocurre una manera de congelarles la sonrisa. Una huelga general indefinida sería un contundente tratamiento anti- guasa. Pero para hacerla, también tendremos que echar mano de las vísceras. Las mías están en carne viva. Las de ustedes, ¿cómo están?
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tina -