NO DISPAREN AL POETA
La derecha más cavernícola, esa que permanecía latente en el subsuelo de esta democracia, ha visto en la crisis la oportunidad de explotar como un géiser en su totalidad manifiesta. Estaban ahí agazapados, interpretando el papel de la moderación, de la aceptación de la soberanía popular y la pluralidad ideológica. Esperando su momento. Este dramático momento en el que la sociedad se convulsiona entre el miedo y la desilusión. En medio de todo este desconcierto han vuelto a enarbolar la peineta y la mantilla al grito de ¡Mariano, cierra España! Han rellenado de la tierra del ominoso olvido las fosas de nuestra memoria. Han desempolvado, ya sin disimulos ni complejos, a los mártires y santos de su cruzada. Calles y plazas dedicadas a notables fascistas que lucen de nuevo su nefasta filiación. A vírgenes dolientes y sumisas. A toda clase de personajes siniestros y esotéricos que componen la imaginería de la derecha negra tradicional.
Para imponer ese universo retro y casposo en el que retozan con naturalidad los ultraconservadores saben que deben atacar a la cultura. Borrar cualquier estela, cualquier vestigio librepensador que pueda mandar al traste su reino de las tinieblas. Un pueblo inculto e imbuido en el temor de dios es mucho más manejable. Así que inspirados por esa vieja máxima de sus ancestros: ¡Muera la inteligencia! se han puesto manos a la obra para eliminar el problema.
Los recortes están ayudando mucho. El que quiera estudiar que se lo pague. Así los pobres no tendrán tantos pájaros en la cabeza. Además hay que hacer desaparecer las voces del pasado. Saben que los versos de los poetas rojos son un arma cargada de futuro. Gabriel, Celaya, Miguel Hernández o Pablo Neruda tomaron partido hasta mancharse. Ahora se les retiran las placas y los honores como una especie de venganza trasnochada. Pretenden robarnos también su voz y su palabra. Esa poesía necesaria para ensanchar nuestros pulmones asfixiados y obligarnos a pedir ley ante lo excesivo.
Pero están tan ofuscados en la fantasmagórica cacería de los poetas muertos que no sienten el hierro de los versos apuntado directamente a sus almas rencorosas. No sirve de nada que disparen al poeta, su mensaje brilla sin conciencia. A lo mejor, con tanta polvareda, solo consiguen resucitarlo para que se materialice y tome cuerpo entre las famélicas legiones. Para que sus palabras nos devuelvan el orgullo y se prenda la llama de la rebeldía.
Yo de ustedes, señores fachas, no enredaría con estas cosas del intelecto que les son tan ajenas. Ya lo avisaba Celaya: Yo seguiré siguiendo, yo seguiré muriendo, seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.
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