JUEGOS MALABARES
Como muchas madres y padres españoles, tuve que aprender a hacer de la necesidad virtud para criar a mis dos hijos con un arguellado sueldo. Intenté , creo que con bastante éxito, formarles en valores solidarios y vacunarles contra la fiebre consumista que padecían otros muchachos de su edad. Creía ingenuamente que, con este bagaje, su vida sería más feliz y se mantendrían a salvo de futuras frustraciones. Ahora, ambos forman parte de los cien mil parados aragoneses y deben volver al hogar para sobrevivir. La guadaña del desempleo les ha cortado las alas cuando apenas aprendían a desplegarlas.
Al pertenecer a una familia acostumbrada a hacer malabarismos no nos supone un grave trauma asumir los recortes presupuestarios que acarrea esta situación. Obraremos esos milagros cotidianos que consiguen multiplicar los panes y los peces en una sociedad cada vez más depauperada. Mientras la red familiar aguante, malzurciendo los agujeros que cada día se abren, el volcán de la rebelión permanecerá dormido. Pero, ¿cuánto tiempo podremos resistir sin caer en el vacío? Y aunque lo logremos, ¿qué futuro aguarda a nuestros hijos? Porque esta crisis se nos presenta con un discurso viciado que intenta persuadirnos de la inevitabilidad de nuestra ruina, a la par que sus agoreros portavoces medran tranquilamente con dinero público.
Dirigentes aquejados de personalidad múltiple (algunos desempeñan hasta trece cargos) que nos exigen que aprendamos a hacer juegos malabares. (Los que ellos solo desarrollan a la hora de tener que cobrar todas sus nóminas.) Escándalos de corrupción que ponen al descubierto la catadura moral de regias instituciones, como la monarquía, y de otras más plebeyas en las que anidan célebres sanguijuelas de nuestro bestiario democrático.
Demasiado magma ardiendo para que una red, por muy maternal que sea, pueda contenerlo. Demasiado escarnio e injusticia.
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