PLOMO EN LAS ALAS
Las trompetas del apocalipsis retumban en un escenario atroz del que emanan efluvios a ciénaga y azufre. Un firmamento macilento y peligroso se cierne sobre nosotros. El presente nos sobrecoge y el futuro se asemeja al corredor de una muerte, lenta y dolorosa, para nuestras ilusas expectativas sobre una vida digna. Como la que corresponde por derecho a los seres humanos libres. Esos que no vacilan en plantarse, a pura cara de perro, frente a los depredadores de su propia especie.
Mujeres y hombres que saben sacudirse el plomo de las alas para remontar la escoria fatalista que descarga desde los cielos financieros. Necesitamos gente de esa naturaleza. Que no se dejen intimidar por las malaventuranzas de los hechiceros y decidan tomar las riendas de su destino.
Lo que está en juego en este damero maldito es, sobre todo, la soberanía del pueblo. Confiar en que alguna de las dos cabezas del engendro bipartidista alberga otra solución distinta a la moto sierra solo puede creerlo un venusiano. Sin embargo parece que España, en vez de explorar otras alternativas, el 20-N escogerá de entre lo malo, lo peor.
Y yo pienso que puede ser a causa de la borrasca de los lodos y los barros que les chorrean a los facinerosos. Desde la elevada posición en la que los sitúa su brutal atraco al mundo, pretenden asfixiarnos con la porquería que supuran. Impregnar nuestros corazones y plumajes con un chapapote tan negro como su mala entraña. Nos quieren así, contra el suelo. Con las alas emplomadas de su bazofia. Desalentados e inertes. Para que no les cueste mucho ajustarnos los grilletes.
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