LOS OTROS
He de admitir que el día 23 me levanté para ir a trabajar con pocas ganas de conversación. Ya conocíamos el resultado de las urnas y, aunque previsible, no puedo negar que un nudo estrangulaba la boca de mi estómago. Como creo en la democracia, en una participativa y mejorada eso sí, me tuve que tragar la bilis con el café matutino e irme a currar. Cuando llegué, los compañeros con los que comparto la esperanza de una sociedad más justa y progresista también andaban taciturnos y cariacontecidos y decidimos no hurgarnos demasiado en esta herida. Para eso ya estaban los otros. Esos que te conocen, saben como piensas y no pierden la oportunidad de calificarte de soñadora, poco realista o de directamente idiota. "¿Qué esperabas?- me decía ufano un proletario desclasado- Había que castigar la mala gestión del gobierno socialista. Darle una oportunidad a la oposición. Esto es lo que ha decidido el pueblo soberano" Debo añadir que trabajamos en la sanidad pública que, con el cambio de color, es ahora más vulnerable que un merengue a la puerta de un colegio. Profané el mutismo al que estaba consagrada para explicarle que sí, que yo quería un cambio, pero no uno que nos llevara directamente del purgatorio a las fauces del infierno. ¡No será para tanto!- dijo el menda. Y un torrente de palabras se desbordó por mi boca para relatarle el proceso de desmantelamiento y privatización que iba a sufrir la sanidad en manos de estos mercaderes que, agotada la estafa inmobiliaria, tenían puesta su mirada en transformar la sanidad y la enseñanza en un lucrativo negocio. Que nuestras condiciones laborales irían mermando cualitativa y exponencialmente. Que la salud se convertiría en un privilegio inaccesible para muchos. ¿Saben qué me contestó? Si lo que dices es verdad, que lo dudo, habrá que movilizarse, ¿no? Algo se os ocurrirá a los de tu especie. Pero ¡ojo! no me fastidiéis con patuchadas de huelgas generales y esas cosas, que no tenemos la cartera para muchas alegrías reivindicativas. Eso me cerró la boca, lo confieso. Porque tomé conciencia de que parte del pueblo puede que se considere soberano pero actúan como necios. Como negligentes demócratas que pasan por alto la corrupción y la falta de programa de los populares para castigar a un gobierno que no ha hecho bien las cosas. Que delegan su responsabilidad de ciudadanos depositando un voto involutivo y esperan que, si la cosa se pone fea, seamos los desdeñados utópicos quienes nos quememos a lo bonzo para salvaguardar sus derechos.
Y me entregué al ensueño del ejemplo de madurez que nos están dando los jóvenes del movimiento del 15-M esperando que algún día, no demasiado lejano, sean ellos los actores de una democracia real y reflexiva que no tenga nada que ver con este juego de pin-pon bipartidista del que los otros, esos que en el fondo admiran el oscurantismo y la falta de honradez de muchos de nuestros políticos, no pueden ni quieren desvincularse. En parte, porque añoran ser igual que ellos y en parte porque la indigencia intelectual mantiene inoperativas sus neuronas. Demostrando que son casi tan mezquinos como esos mismos a los que han votado.
Publicado en Público
1 comentario
eduard -
No te desanimes. La cosa no pinta bien, lo sé, pero momentos encontraremos para que reflote la utopía.
Por otra parte envidio tu capacidad de síntesis