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EL DISCURSO DE CHARLOT

EL DISCURSO DE CHARLOT

En la escena final del Gran Dictador, Chaplin dirige un conmovedor discurso a la raza humana. Asegura que los dictadores del mundo acabarán cayendo y que el pueblo recuperará el poder que le pertenece y le ha sido arrebatado. Dice más: Exhorta a nuestra especie a que no se someta a las bestias que nos desprecian y esclavizan. A esos que nos tratan como ganado y nos roban la alegría y la libertad. Después de más de setenta años el panorama no puede ser más desolador. Los dictadores no solo se han multiplicado, lo peor es que no todos son tan identificables a un golpe de vista como Hitler, Gadafi o Franco. Los hay, aunque no lo crean, mucho más taimados que consiguen camuflarse en el entramado democrático y vivir su enfermiza megalomanía succionando la yugular de un pueblo aborregado. Sátrapas electos como don Carlos Fabra, ese caudillo castellonense que inaugura obras faraónicas, como un aeropuerto monísimo y muy moderno para que la gente pasee tranquilamente por sus pistas sin peligro de ser arrollados por los aviones. ¡Qué detallazo! Pero eso sí, al ser un aeropuerto desde el que no hay previsto ningún vuelo, tendrá que asumir las pérdidas el populacho. Total, ¿qué importancia tiene derrochar millones de euros del erario público, en un destino incierto y presuntamente pestilente, a cambio de poder contemplar en la rotonda de acceso la monumental escultura para mayor loor del sr. Fabra?
24 metros de alto por dieciocho de diámetro en homenaje a su persona. Un síntoma inequívoco de su delirio de grandeza pero también de nuestra condición bovina. Aunque los recortes, reformas y exigencias europeas amargan la vida de la ciudadanía convirtiendo la existencia de muchos en una peripecia, mantenemos en el poder a estos cachondos maniacos que se burlan de nuestra inteligencia mientras nos soplan la cartera. ¿Será porque simplemente somos tontos?

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