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¡MÁS MADERA!

¡MÁS MADERA!

Les voy a contar la historia de un grupo de personas (sindicalistas, activistas medioambientales, obreros sin ninguna filiación y un inmigrante senegalés) que el pasado 14 de agosto emprendieron una Marcha andando hacia Bruselas, en contra de la reforma laboral y por el reparto de la riqueza y el trabajo. Su objetivo era hacer de esta aventura de 1.700 Kms. en el coche de "San Fernando", un ratito a pie y otro caminando, una llamada de atención sobre la gran injusticia que se cierne sobre la clase trabajadora y convocar a movilizaciones y a la Huelga General. Y hete aquí que, a pocas etapas de ver finalizada su andadura, lo que en principio fueron actos de acogida por parte de las autoridades del sur de Francia y encuentros con la izquierda francesa anti-Sarkozy, ha tomado otro cariz a raiz de atravesar la capital parisina. Resulta que nuestros protagonistas encontraron un vehículo abandonado y con las puertas abiertas en la carretera y, tras dar parte del incidente, continuaron su camino. Debido a un giro bufonesco del destino, en dicho vehículo se habían transportado drogas y , de pronto, nuestros idealistas andarines se convirtieron en objetivo de seguimientos e interrogatorios por parte de un grupo de narcóticos galo. Así mismo, escudados en un estado de alerta anti-terrorista, las Prefecturas interceptan frecuentemente a los marchistas interpelándoles sobre todo lo humano y lo divino y adviritiéndoles  de que este va a ser su destino durante el trayecto restante. Como es bien conocido, la gendarmería no es tonta, y de todos es sabido que, tanto para traficar con drogas como para cometer actos terroristas, no hay nada más discreto que andar atravesar todo un país vestidos con chalecos naranjas y empuñando peligrosísimas banderas rojinegras y anticapitalistas. Es lo último en el ranking del camuflaje entre el hampa. ¿No será que el cargamento que llevan los marchistas es mucho más peligroso que todo lo que arguyen para dificultar su viaje? Porque la Marcha a Bruselas pretende traficar con la esperanza y esa es una sustancia que, en la Vieja Europa, empieza a estar considerada un arma de destrucción masiva para los intereses de los más poderosos.

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