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UN ASUNTO DE FAMILIA (Novela)

UN ASUNTO DE FAMILIA (Novela)

                                             CAPÍTULOS III Y IV

 

(Capítulo tercero)

Gilabert se sentó en la desvencijada butaca de su despacho y Marga, su querida Marga, le plantó una torreta de diarios encima de la mesa. Era una muchacha escandalosamente joven, muy delgada y con un atractivo que no se plegaba a los cánones establecidos. Como su jefe, vivía al margen de las tiranías de la moda. Su indumentaria estaba compuesta por una miscelánea de colores, unas deportivas y una larga cabellera que se precipitaba en dos trenzas por su espalda.

 

Pau Gilabert adoraba a esta criatura. Había perdido a sus padres en un accidente cuando contaba quince años. Pau, que era un antiguo amigo de ambos, había aceptado la tutela de la niña que no contaba con ninguna otra familia. El antaño solitario y un tanto misántropo, había acogido a una inquieta e inteligente adolescente sin cuestionarse demasiado lo que hacía. Lo cierto es que todo había salido excelentemente bien. Desde el principio simpatizaron y aunaron fuerzas para apoyarse mutuamente en el camino de la vida. Desde hacía tres años trabajaban juntos en la agencia y en este tiempo, ya había demostrado cualidades de sabueso y se había convertido en un ingrediente precioso para la resolución de los casos más complicados.

 

El detective observó el rostro pecoso y aniñado de su ahijada. La encontró agitada y exultante, tal y como siempre se mostraba cuando se encontraba con la pista de algo que sacudía su curiosidad insaciable. Normalmente, y a pesar de su alarde delante de la abogada, se veían obligados a aceptar casos mediocres sobre cuernos o estafas para poder salir adelante.

 

  • ¡Vas a flipar cuando veas toda la información que he recogido en la hemeroteca sobre esta historia! He fotocopiado cuanto he encontrado porque pienso que deberías darle una ojeada antes de entrevistarte con esa mujer. Heraclio Silva está reconocido como uno de los asesinos en serie más despiadados de la historia de nuestro país. Tienes que acordarte, de haber sucedido en los Estados Unidos hubieran hecho una película estilo “El silencio de los corderos”.

  • Al contrario que a ti querida niña, siempre me han aburrido los asesinos de ese tipo. Aunque la literatura y el cine se empeñen en presentarlos como superdotados y geniales, te aseguro que la mayoría de los crímenes que perpetran esos monstruos son burdos y repetitivos. Sin un ápice de creatividad.

  • Este no era así. Estamos hablando de una especie de alma sensible que se encargaba de preparar el lugar donde aparecerían los cadáveres y dejarles unos versos. Por eso le llamaban el asesino de los versos.

  • ¡Vaya! Yo pensaba que era porque ejecutaba a sus víctimas aporreándolas con un tomo de Garcilaso.

  • ¡Ja,ja, ja!- exclamó sarcástica Marga.- En serio tito. Silva siempre asesinaba a mujeres muy jóvenes de las zonas más deprimidas de Barcelona y alrededores. Adornaba delicadamente el lugar donde dejaba los cadáveres y remataba la faena dejándoles prendida una poesía en el sitio donde debería encontrarse su corazón. ¿Romántico el tipo no?

  • Siempre he presentido que es harto difícil para un poeta dar a conocer su obra, pero este método de marketing me parece un tanto excesivo.

 

 

  • En un periodo de cinco años, en la década de los setenta, asesinó a ocho mujeres de entre catorce y veinticuatro años. Cuando lo atraparon, aseguró que todo lo había hecho por amor. Dijo que, de este modo, había inmortalizado para siempre a sus víctimas redimiéndolas de la mediocridad a la que estaban condenadas sus existencias. Fue juzgado y condenado de por vida a un encierro en un penal psiquiátrico de alta seguridad.

  • ¿Y que pasó?

  • Eso es lo que te va a dejar pasmado. Heráclio Silva murió en su encierro a manos de otro recluso en 1980.

  • Y si está tan claro… por qué su hija nos pide que le busquemos.

  • Lo ignoro, pero las circunstancias del siniestro fueron bastante extrañas. El cadáver apareció parcialmente calcinado pero fue reconocido por el capellán del psiquiátrico y un sanitario encargado de los reclusos.

  • Lo mejor será que vaya a visitar a la mujer de Silva.

  • No debe tener más de sesenta años en la actualidad. En las fotos de prensa hay varias instantáneas suyas. ¡Parecía una cría! También hay un par de fotos de tu cliente por aquella época. ¿Quieres verlas?

 

Marga extendió sobre la mesa las fotos de los periódicos. En una de ellas se veía a Heraclio Silva esposado, conducido por una nube de policías a la entrada de la Audiencia. Aunque era una imagen mala y poco definida, se adivinaba la arrogancia y cierto estilo en el porte del psicópata, dato que acompañaba con una enorme presencia física. Por el contrario, las fotos de Magdalena le mostraban una criatura menuda y delicada. Muy joven, con el cabello rubio y deliciosamente ondulado, aparecía con gesto ausente y abrazando con fuerza a la pequeña Dolores.

 

Gilabert utilizó la lupa que guardaba en su escritorio para observar mejor el rostro de la niña. Comprobó el enorme parecido físico que guardaba con su padre. Era una preadolescente alta y bien formada, con el cabello corto y muy negro, que miraba desafiante a las cámaras que le estaban fotografiando.

 

Gilabert trato de imaginar cómo, algo de esta envergadura, habría afectado a una muchachita tan joven. La estuvo viendo la noche anterior en televisión, en un coloquio que trataba sobre los abusos en la infancia. Estuvo regia. Apasionada pero sin perder el control en ningún momento. Su imagen y su voz cautivaban a las cámaras. Los espectadores la adoraban. La veían como una Juana de Arco contemporánea, defensora de cualquier tropelía o injusticia cometida contra mujeres y niños.

Pau meditó sobre la certeza de que el origen de ese énfasis combativo, servía para ahuyentar a los fantasmas de su propia infancia. O tal vez no.

Gilabert se rascó la cabeza tratando de librarse de sus pretensiones psicoterapéuticas. Apenas conocía a su cliente, no estaba capacitado para deducir nada en absoluto. Iría a hablar con la señora Sopesens y trataría de averiguar por qué le habían contratado para buscar a un hombre que había fallecido hace más de veinte años.

 

Recogió su cazadora y le pidió a Marga que le clasificara toda la documentación sobre el caso para revisarla después. Así que, tras darle un cálido beso en la frente, bajo a la calle, recogió su fiel bicicleta amarrada a una farola y se sumergió pedaleando en el tráfico de Barcelona al encuentro con la mujer del celebre asesino de los versos.

 

(CAPÍTULO CUARTO)

 

 

 

Magdalena Sopesens recibió al detective con una especie de negligée rosada y unas zapatillas a juego que rizaban el rizo de la cursilería y el mal gusto. Sus cabellos, un día dorados y abundantes, eran ahora escasos y grises. El rostro estaba surcado por una red de delgadas arrugas que formaban extrañas formas geométricas en torno a sus ojos y su boca. Gilabert tuvo la desagradable impresión de que pese a ser solo mediodía, se encontraba en estado de embriaguez. Decidió aprovecharse de esta circunstancia para poder esclarecer esta intrigante y absurda historia.

 

  • No salgo de mi asombro.- exclamó entre divertida y pastosa.- Que mi hija le haya contratado y le haya hablado de su padre es un hecho insólito créame.

  • Bueno, es lógico que con un progenitor como el suyo haya hecho cuanto esté en su mano para enterrar el pasado. Está en su derecho.

  • ¡Pues claro! Si la prensa descubriera quién es en realidad, su carrera y su futuro se irían a paseo. Sería un gran escándalo. Lolita es muy famosa.

 

Gilabert no podía precisar si el tono de su interlocutora estaba marcado por el orgullo o el sarcasmo.

 

  • Señora Sopesens, me gustaría que nos centráramos en lo más trascendental, si no le importa. La señora Marco me ha confiado que usted lleva una temporada recibiendo amenazas de muerte. ¿Podría precisarme de qué tipo?

 

Ella le ofreció una mirada burlona y contestó arrastrando las palabras:

 

  • Del tipo del que suelen ser las amenazas de muerte. Poco tranquilizadoras.

  • Su hija me dijo que se trataba de llamadas telefónicas.- apuntó paciente el detective.- Y que usted aseguraba que se trataba de la voz de Silva. ¿puede explicarme eso?

  • No me cree, ¿verdad?. Sin embargo yo no tengo ninguna duda.- mientras hablaba, mantenía sus ojos, estúpidos y azules, clavados en los de Gilabert.- Ha vuelto para matarme, estoy segura.

  • Señora Gilabert, Silva murió hace veinticuatro años. No es posible que, quien la está molestando, sea él.

 

Su pie izquierdo tamborileaba nervioso en el suelo del apartamento. Se levantó con parsimonia, para dirigirse al mueble-bar y servirse una copa. Mejor dicho, otra copa que añadir a las que ya inundaban su metabolismo.

 

  • ¿Le apetece una copa detective? Yo tengo que tomarme algún licorcito estomacal de vez en cuando. Ayuda a combatir mis problemas de baja tensión.

  • No señora, pero le aceptaría gustosamente un café… después de que me explique por qué acusan a un difunto de lo que está ocurriendo.

 

Magdalena tomó un largo trago del vaso que se había servido. Después, se aproximó tambaleante hasta Gilabert para susurrarle al oído:

 

 

 

  • ¿Sabe usted cómo murió o dónde está enterrado su cadáver?

  • Se que fue asesinado por otro recluso en 1980.

  • Su celda apareció totalmente calcinada. El cuerpo estaba tan deteriorado que no comprendo cómo pudieron identificarlo sin lugar a dudas. Incineraron los restos.

  • Usted no cree que fuera él, ¿verdad?

  • Y si usted lo hubiera conocido tampoco le creería.- dijo acompañando sus palabras con un estremecimiento de todo su cuerpo.

  • Pero estaba en una prisión de alta seguridad y, evidentemente, hubo un cadáver. Si hubiera faltado algún otro recluso lo habrían advertido. Además, el homicida reconoció haberlo asesinado.

  • Efectivamente. La palabra de otro loco homicida…

  • Qué quiere decir exactamente?

  • Heráclio tenía unas altas dotes de persuasión. Podía convencer a cualquiera de cualquier cosa. ¿Ha leído sobre sus crímenes? Sin esa capacidad no hubiera asesinado impunemente durante tanto tiempo. Las seducía y conseguía que le acompañaran a cualquier sitio que él quisiera. Eran como dóciles corderitos en sus manos. Siempre lo conseguía todo de la gente.

  • Volviendo a las llamadas telefónicas, ¿qué tipo de amenazas le dirige la persona que llama?

  • Sutiles para los oídos de los demás, pero escalofriantes para mí.- se dirigió hacia el ventanal y dirigiendo una rápida mirada añadió:- Oiga, Lolita no viene, debe tener mucho trabajo en los juzgados. Ella podría explicarle todo mucho mejor.- Luego tomando una libreta que descansaba sobre la mesa, se la ofreció a Gilabert.- ¿Le gusta la poesía detective?

  • No soy un erudito, pero tengo afición desde niño.

  • Heráclio era un poeta. Aquí tengo algunos de sus versos, quédeselos. Le darán una idea de la personalidad del que fue mi marido.- Y dando por finalizada la conversación, le empujó suavemente hasta la salida.- Seguro que disfruta de su lectura. Adiós detective, hablaremos otro día, cuando mi hija pueda estar presente

 

Gilabert salió de la casa más confuso de lo que había entrado. Decidió empaparse de toda la documentación sobre la familia que Marga hubiera podido recoger y se dirigió a su despacho pedaleando frenéticamente entre los coches.

 

La oficina de “investigaciones Gilabert” se hallaba en la calle Montsió, próxima a Les Quatre Gats. Muchos de los casos resueltos, habían tomado forma delante de una buena taza de café en este recinto, Pau Gilabert se había hecho tan adicto a este brebaje como al famosos local del barrio gótico de Barcelona.

Allí se encontraba a diario con su amigo Jorge Sempere. A ambos les gustaba participar de las animadas tertulias del lugar.

 

Sempere era un poeta en la más amplia extensión de la palabra. Aunque los desgarrados poemas surrealistas que había conseguido publicar, no contaban con la aceptación ni la crítica deseadas. En consecuencia, viendo la imposibilidad de vivir de este talento, hacía varios años que se había convertido en un mercenario escritor de novela negra. Compatibilizaba esta escasa fuente de ingresos con el trabajo que su amigo Gilabert le ofrecía en la agencia. Muchos de los casos en los que participaron sirvieron de inspiración para sus relatos.

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Cuando Pau entró en el recinto, su amigo se levantó rápidamente de la mesa que ocupaba y salió a su encuentro. Sempere poseía un porte esperpéntico, cabellos rojos e hirsutos, y altura y delgadez extremas. De joven, se había ganado el sobrenombre de “ El Magras”. Así era conocido en los archivos policiales de los años setenta y ochenta, mérito que debía atribuir a sus actividades anarquistas fundamentadas en la protesta pacífica. Fue durante este periodo que se fraguó su amistad con Gilabert, y aunque militando en bandos bien distintos, fueron más las cosas que les unieron definitivamente.

 

  • Pau, ¡menos mal que apareces por aquí! Marga se dejó caer hace un momento para decirme que salía a hacer unas gestiones y que la llamaras al móvil si era necesario. Parecía emocionada. Me ha dicho no se qué de un caso extraordinario y qué tú me lo contarías todo.

  • ¡La pasión de la juventud! Sin embargo, yo tengo la viva intuición de que solo tenemos un montón de mierda.

  • ¡A ver, a ver! Explícame todo desde el principio y déjame que opine.- Jordi mostraba ansiedad, escudriñaba la mirada de su amigo invitándole a hablar.

  • Nos pagan para que busquemos a alguien que falleció hace veinticinco años.- y dicho esto, Pau levantó la vista del botellín de cerveza y esperó unos segundos el efecto dramático de sus palabras.

  • ¡No em fotis! – rió Sempere.- ¡Dejad que los locos se acerquen a Gilabert!

  • ¿Te suena el nombre de Dolores Marco?

  • A bote pronto… no tengo idea de quién se trata.

  • Olvidaba que eres un militante anti-televisivo. Dolores Marco es una brillante abogada especialista en abusos contra la infancia.- notó que había captado el interés del pelirrojo.- Se ha convertido en una especie de heroína mediática que interviene en charlas y debates reclamando el endurecimiento de las penas para los abusadores.

  • Eso no me suena mal en principio. Esta clase de cosas hace que relegue al inframundo mi talante pacifista.

  • Quiere contratar nuestros servicios porque insiste que su madre ha recibido dos amenazas serias de muerte vía telefónica. ¿Y sabes a quién achaca dichas llamadas? Nada menos que a un asesino en serie muy popular en los años setenta: Heráclio Silva, “el asesino de los versos”

  • ¡Caramba! Oye, ¿y por qué había de amenazar a la madre de esta mujer?

  • Porque el auténtico apellido de Dolores Marco es Silva, y su madre fue la esposa del psicópata durante casi veinte años.

 

En es mismo instante, la colorista presencia de Marga irrumpió en el local dejando en suspense la conversación de los dos hombres. Con una sonrisa encantadora, se dirigió a la mesa que ocupaban los amigos.

 

  • ¿A qué no sabes de dónde vengo tito?- Gilabert observó el rostro agitado de la muchacha. Aparecía pletórica y excitada. Observó con satisfacción que no podía ocultar su genética de sabueso.

  • Sorpréndeme, ¡anda Jordi, pide un té con limón para la niña!- “La niña” sonrió con ternura a los maduros rostros que tenía delante y luego explicó:

  • Mientras visitabas a la señora Sopesens, su hija llamó a la oficina. Se disculpó porque se le había complicado la mañana en los juzgados y no podía llegar a tiempo a casa de su madre. Me propuso que me acercara al juzgado para traerte un material que calificó como “muy importante”. Me dijo que la llamaras más tarde, cuando hayas revisado lo que contiene el sobre que me dio.

 

Los saltones ojos del detective se clavaron en el objeto que Marga le tendía. Desgarró rápidamente el papel y extrajo una pequeña casete, similar a las que se instalan en algunos tipos de contestador automático. Junto a la cinta, un folio manuscrito por Dolores Marco:

 

“Esta cinta corresponde a la grabación de la segunda vez que mi madre fue amenazada. Ambas reconocemos perfectamente la voz de quien profiere las amenazas. Créame, no es solo su voz lo que reconocemos en esta cinta.”

 

Cuando llegaron a “investigaciones Gilabert”, marga se apresuró a desempolvar rebuscando en un armario empotrado repleto de cachivaches, el antiguo teléfono con lector de casetes.

 

Escucharon una voz cavernosa que recitaba una impertinente letanía en lengua extraña para ellos. Quedaron perplejos. La comunicación se interrumpía sin que una sola palabra fuera inteligible para los investigadores.

 

  • ¡Bueno!- interrumpió Jordi jocoso.- Al menos el tono, si parece amenazante, sí.

  • ¡Esto es absurdo!

  • A lo mejor no lo es, tito.- Y Marga adoptó esa postura de colegiala marisabidilla a punto de dar una lección magistral.- He estado leyendo una pequeña parte de la documentación recogida sobre Silva. Al parecer, no solo era un empresario emprendedor. También era una especie de erudito especializado en historia del arte. Se había rodeado de expertos en el antiguo Egipto, civilización por la que sentía verdadera pasión.

  • Pero era un hombre que había tenido que trabajar duro para llegar alto. Su hija me dijo que no tenía fortuna familiar y se había abierto paso a codazos en la alta sociedad.

  • Exacto.- Marga continuó su argumento.- Uno de esos codazos, para entrar en sociedad, fue su primera boda. Se casó con la única hija de un catedrático de lenguas clásicas. La madre había pertenecido a la nobleza, pero una vez fallecida, la vida social de padre e hija se había visto muy limitada.

  • ¡Un momento! ¿De dónde has sacado toda esta información?, ¿es verdad que solo has echado una ojeada a lo que has encontrado?.- exclamó Jordi admirado.

  • Es increíble, lo que interesó este caso y todo lo que se escribió sobre él.- contestó Marga.- El caso es que Silva cursaba estudios universitarios y comenzó a frecuentar la casa del catedrático. La excusa era la traducción de un texto o la posibilidad de admirar alguno de los incunables que poseía el profesor. Pero la realidad era muy distinta.

  • Quería ligarse a la chica.- apuntó Gilabert.

  • ¡Bingo! Aunque la chica era diez años mayor que el joven Silva y no era, según un retrato de su boda que aparece en una publicación, ninguna belleza de mujer. No obstante el matrimonio parecía funcionar muy bien. Silva entró en los salones de las personas adecuadas y eso elevó su rango y su poder. Por otro lado, su mujer tuvo acceso a ciertas diversiones que fueron muy criticadas en su época. Se la tildó de demasiado liberal. Cuando apareció su cadáver, fueron muchos los testigos que aseguraron haberla visto en estado de embriaguez. No escuchó ninguno de los consejos que la trataban de disuadir de que montara. Fue una tragedia anunciada.

  • ¿Sabéis una cosa?.- dijo de pronto Gilabert.- Dolores me ha hablado por encima de la primera mujer de su padre y de su trágico accidente. Me ha dado la impresión de que sabía algo sobre eso.

  • Después de saber la clase de tipo que era su padre es normal que tenga dudas sobre todo.- Afirmó Sempere.

  • Entonces… ¿tú crees que las palabras de esta cinta pertenecen a una lengua clásica o algo así?

  • Aunque soy profana en la materia, me atrevería a asegurarlo.

  • ¿Y por qué iba a amenazar a su mujer en una lengua clásica? ¡Esto es una gilip..!

  • Porque tanto su mujer como su hija eran iniciadas en la materia. Silva había compartido esta pasión con su familia. Habían hecho varios viajes a Egipto y pasaban grandes temporadas en una de sus propiedades, “Per Netcher”, que significa “El hogar de Dios”. Una construcción digna del megalómano que era. He visto una foto de una especie de templo de piedra de dimensiones escandalosas.

  • ¡Ya me acuerdo! - casi gritó Sempere.- Fue allí donde su mujer encontró restos de las muchachas asesinadas.

  • ¿Ella le delató?.- Preguntó Pau interesadísimo.

  • Fue ella, en efecto. Pero por lo que he podido leer hasta ahora, madre e hija cerraron filas junto al monstruo a la hora de su defensa. Argumentaron que, aunque obviamente estaba muy enfermo, Silva era un individuo ejemplar y un padre incomparable.

  • ¿También declaró la hija? Debía ser una adolescente.

  • La defensa la subió al estrado y describió a su padre como a un hombre afectuoso delicado y sensible.

  • Que torturaba y violaba a sus víctimas hasta la muerte. Un hombre sensible que asesinaba a muchachas de edad similar a la de su hija.- remarcó Gilabert.

 

Tras un corto silencio preñado de preguntas en el aire, el maduro detective decidió:

 

  • ¿Qué te parece si tú y yo nos vamos mañana de excursión.- dijo mirando al pelirrojo.

  • ¿Y dónde será?

  • Iremos al Centro Psiquiátrico donde presuntamente falleció Silva. Ha pasado mucho tiempo pero quizás quede alguien que recuerde lo que pasó.

  • ¿Qué te parece si me aprovecho de mis colegas de la universidad para traducir la cinta? Puedo llamarlos ahora mismo.- añadió Sempere.

  • Iba a pedírtelo a continuación. En cuanto a ti.- dijo mirando a su ahijada.- Te encargo que intentes hablar con gente que tuvo contacto con el asesino. No se, familiares de sus víctimas, policías…

  • Hay una mujer con la que creo que sería interesante hablar.

  • ¿De quién se trata?

  • Es la hermana de una de las víctimas de Silva. Al contrario que las otras, esta chica pertenecía a una clase social muy acomodada. Su hermana se presentó como acusación particular en el caso. Gastó una fortuna en enterrar de por vida al asesino.

  • Me parece bien, intenta visitarla.

  • Esta mujer mantuvo la teoría de que Silva sobrevivió al incendio. Hablaba, a todo el que le quisiera escuchar, de una teoría de la conspiración que había liberado al psicópata.

  • ¡Qué interesante! Seguro que nadie prestó atención a su advertencia. Todos creerían que deliraba empujada por el dolor.

  • ¿Y tú?.- dijo Marga mirándole a los ojos.

  • Yo solo se que tenemos un caso sin pies ni revés y que, si en veinticuatro horas no le veo color, lo mejor será recomendarles a mis clientes una buena terapia de grupo.

  • Tito, recuerda que tienes que llamar a Dolores Marco para concertar otra cita.

  • Hazlo tú, por favor. Esa mujer tiene un no se qué de prepotente que me pone de los nervios.

  • ¿Y no será lo buena que está lo que te pone nervioso?.- Y Marga acompañó con un guiño estas palabras.

  • No seas boba. Ya sabes que las mujeres y yo somos como el aceite y el agua.- Masculló entre dientes el detective con un melancólico suspiro.

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