NOSOTRAS DECIDIMOS
Hace veinticinco años o más que tomé contacto, casi de forma involuntaria, con una asociación que trabajaba a favor de la despenalización del aborto. Nunca podré olvidar la angustiosa desesperación con la que, mujeres de todas las edades y condiciones, acudían a las organizaciones progresistas pidiendo orientación para poder interrumpir su embarazo. Nadie les preguntaba sus razones ni se hacía ninguna objeción en base a su clase social, religión o ideología. Recuerdo nítidamente a una parejita, ambos de buenas familias y portando un pin de fuerza nueva en la solapa, que recibieron la misma ayuda que la obrera madre de ocho hijos o que la enferma de sida heroinómana. Estas mujeres, como millones de muchas otras desde el principio de los tiempos, habían tomado una decisión que, independientemente de toda la metafísica que se le quiera dar al asunto, van a llevar a cabo con condiciones o sin ellas. Multitud de mujeres han muerto o han sufrido daños graves practicándose un aborto clandestino. Algunos, esos a los que su religión o su moral les otorga supremacía sobre sus semejantes pecadores, pensarán que se lo tienen bien merecido. Bastante menos compasivos que su propio dios las quieren castigar, no solo con el riesgo de un intervención en precario, sino metiéndolas en la cárcel por su supuesto crímen. Pero curiosamente, cuando "el problema" afecta a sus hijas o a sus parejas, muchos de ellos se decantan por darle una solución quirúrgica y discreta al asunto. De cualquier manera, no es mi intención abrir un debate ético sobre la cuestión. Opino que lo importante es proporcionar la seguridad médica y legal a quienes han tomado la determinación. Porque, incomode a quien incomode, mientras seamos las mujeres las que que tengamos que gestar un embarazo, seguiremos siendo nosotras quienes decidamos o no llevarlo adelante. Y ninguna penalización o excomunión, son amenaza suficiente para cambiar este hecho.
Publicado en Público, Periódico de Aragón y Heraldo de Aragón el 14 de marzo del 2009
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