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¡ NO ES UN SAQUEO!: ¡ES EL MERCADO, AMIGOS!

¡ NO ES UN SAQUEO!: ¡ES EL MERCADO, AMIGOS!
Gracias a la intervención de Rodrigo Rato en el Congreso de los Diputados, los españolitos hemos recibido una lección gratuita e ilustrativa sobre el gansterismo que domina en las altas instituciones. Vamos, que confunden la cosa pública con la cosa nostra. Ha de ser por eso que los dineros se evaporan de la caja común y aparecen, como por arte de magia, en sus cuentas privadas de Suiza. No en vano a Rodrigo Rato se le conoció como "El ministro milagro" artífice, mano a mano con Aznar, de la burbuja inmobiliaria que desencadenó después las graves consecuencias económicas que aún sufrimos. Y por si fuera poco, luego se puso a dirigir el FMI, que es algo así como poner al lobo a cuidar de los corderos. Un puestazo que tuvo que abandonar por motivos "poco claros".
Pero el "milagro" de Rato no acabó ahí. Rajoy y Esperanza Aguirre le regalaron Bankia como premio de consolación. Un presente que se pulió en unos meses y que nos ha costado a los contribuyentes 20.000 millones de eurajos. El chocolate del loro.
Sin embargo yo creo que hay un talento de Rato que ha permanecido oculto y que se ha manifestado casi corpóreamente en sus delirantes explicaciones. Rodrigo es un monologuista de tomo y lomo. Con esa voz ronca y su aspecto chulesco brillaría con luz propia en el mundo del humor. Negro, eso sí. No hay mas que escuchar su alocución, estilo conjura de los necios, acusando a tirios y troyanos de su deshonrosa caída en desgracia. Desde el Banco de España a la Audiencia Nacional. De Aznar a Rodríguez Zapatero recalando en Guindos y en Montoro. Todos éstos y muchos más fueron los agentes que conspiraron para conducir al pobre Rato camino del Calvario. Y respecto a la previsión de la crisis económica, las tarjetas black o la burbuja inmobiliaria concluyó que todo se debía a factores esotéricos que marcan los mercados. ¡No fue un saqueo!- espetó ofendido el ex-vicepresidente- Es el mercado, amigos. ¿O tal vez quiso decir, imbéciles? Cuentan que a partir de ahora las cajas negras de los aviones se van a hacer con las pieles muertas que se exfolie Rato de la cara.
Fruto del discurso conspiranoico de Rato implicando a todo quisque, ha quedado otro momento cinematográfico en la política patria. Me refiero a ese "duelo al sol", aunque haya sido a la sombría sombra del Congreso, entre Rodrigo Rato y el diputado de Ciudadanos Antonio Roldán. Aquí hubo una balacera cruzada. Pero de fogueo, de mentirijillas. Roldán afirmó que, de la declaración de Rato, se deducía que el Parlamento y el Tribunal Constitucional están podridos desde sus cimientos. A lo que el pillín de Rato le contestó retador: "¿Usted cree que los partidos políticos están saqueando el sistema financiero español? Pues denúncielo." La cosa quedó en tablas. Como pasa en todos los combates amañados donde se lanzan patéticos puñetazos al aire esquivando la cara del contrario. Hubiera dado lo mismo que Rato hubiera agarrado al bueno de Roldán por su cosita a la vez que le susurraba con cavernosa voz en el oído: ¿Nos vamos a hacer daño vida mía?.
Puede que el "ministro milagro" sea el chivo expiratorio  de una trama extensa y poderosa. Entre mafiosos tienen códigos así. Todos valen más por lo que callan que por lo que dicen. Pregúntenle a Bárcenas y a los que aún no han desentrañado quién es ese M. Rajoy que aparece en su libreta de incentivos. Pero aunque hayan echado a Rodrigo Rato a los perros, eso no lo convierte en mártir y santo.
Rodrigo Rato se presentó ante los diputados al natural, perdonándoles la vida, con reproches, chulería y sin asumir un ápice de responsabilidad en ninguno de los asuntos que se trataban. Según el ex-director del FMI, todo estaba bien. Pero igual que sucede con los milagros, existen contra-milagros que vienen a complicarnos la existencia. La crisis mundial fue uno de ellos. A Rato debió pillarle de resaca. Como la declaración ante el Congreso. Aún debemos estar agradecidos porque ninguno de las disputadas y diputados cayeran en su trampa y le hubieran preguntado: ¿Qué mercado?
 A lo que él, haciendo gala de su fanfarronería espontanea, seguro que hubiera contestado: El que tengo aquí... Dejo a su imaginación rematar bien esta rima.

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