UNA BALA EN MI CABEZA
Desde la tierna edad de los once años, Malala se convirtió en objetivo mortal del colérico Alá que veneran los talibanes. Por su necesidad de aprender y defender ese derecho para todas las niñas de su patria, la pequeña pasó a ser el enemigo público número uno de la misoginia que procesan las bestias integristas. Malala puede parecer frágil, confinada en su menudo cuerpo de catorce años, pero posee una fuerza que provoca la irracional ira del fanatismo religioso. Tiene el poder de la palabra. Escribe en su blog para animar a otras niñas a que estudien cuanto puedan en un país dominado por unos tipos del medievo que odian y temen, a partes iguales, a las mujeres. Por eso mismo cerraron las escuelas femeninas y recluyeron a mujeres y niñas en sus casas. Enclaustrarlas físicamente bajo trapos que oculten todo su cuerpo y relegarlas a ser meros objetos al servicio del hombre, no es suficiente. No basta con arrebatarles todos los derechos y pisotear su dignidad humana en nombre de la versión libre-cavernícola de un libro sagrado. Les temen tanto, nos temen tanto, que quieren robarles hasta la razón. Meter su inteligencia en una diminuta jaula que no reciba estímulos. Matar su pensamiento. Y si se rebelan, matarlas directamente, como intentaron hacer con Malala. Esa bala también se ha alojado en mi cabeza y me ha dado mucho que pensar. El extremismo islámico no dista tanto de otros que sufren las mujeres en casi todo el mundo. El católico ha dado buenas muestras de esa misma violencia machista a lo largo de la historia. Una mixtura de terror y odio contra nuestro género que les llevó a subyugarnos, a quemarnos en la hoguera, a negarnos el alma. Todavía su influjo es patente cuando sufrimos la furia que les produce nuestra libertad reproductiva o la educación mixta hoy en día. ¿Qué es lo que temen?
Esa bala, debería volar las cadenas de todas las hermanas que en este antropocéntrico mundo permanecen bajo la bota de cualquier estúpido macho. De cualquier neanderthal que, por mucho que se ampare en las leyes divinas para ejercer de fiera, no puede esconder su acomplejada inferioridad ante las hembras. Y a fuerza de genitales (ya que es ahí mismo donde habita su cerebro), intentan someterlas. Esa bala estaba destinada para cualquiera de nosotras, mujeres libres, que no aceptamos ser esclavas.
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