Carta al Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid (Antonio Aramayona)
Estimado señor Canalda: Acabo de enterarme por la prensa de que usted, en calidad de Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, ha abierto una investigación de oficio a fin de dilucidar si hubo agresiones o amenazas a “peregrinos” de la JMJ 2011 durante la manifestación laica del pasado día 17 de agosto en la que tuve el gusto y el honor de participar como manifestante. He de confesarle que me he quedado algo estupefacto ante la noticia, pues hasta la fecha conocíamos solo la agresión y la amenaza manifiestas de un voluntario de la JMJ, que tenía en la cabeza regalar a los manifestantes gases asfixiantes, incluido gas sarín, pero por calles y plazas de la ciudad vi que entre los jóvenes que portaban las mochilas, gorras y camisetas costeadas mediante los impuestos de todos nosotros y los demás viandantes no se cruzaron un solo comentario hostil (mucho menos agresiones o amenazas). Para serle sincero, he de reconocer que por desgracia fui testigo directo de una agresión por parte de un “peregrino”, muy rubio, creo que anglosajón. Verá, yo me desplazo desde hace cuatro años en una silla de ruedas, y consideré oportuno llevar pegado con papel celo en la parte trasera de la silla un cartel de tamaño DIN A3 donde podía leerse el nada irrespetuoso, amenazador o agresivo mensaje: “Estado laico y aconfesional”. Algunos jóvenes católicos lo leían, cuchicheaban, medio reían nerviosos y nada me dijeron de carácter ofensivo. Sin embargo, la mañana del 18, en pleno Recoletos, aquel rubicundo joven anglosajón, tras machacarme durante un buen rato con vivas a Benedicto y al Papa, me arrancó violentamente el mensaje y se largó apresuradamente. Sería una estupidez por mi parte pretender concluir que como un “peregrino” fue violento, todos los “peregrinos” son violentos. En tal caso, incurriría en una conocida falacia lógica conocida como “conversión del accidente En el transcurso de la manifestación, vi en la plaza Jacinto Benavente a un grupo de católicos, algunos arrodillados, rezando a la vera de los manifestantes. Supongo que querían dar testimonio de su fe y orar por la difícil salvación de aquella gente impía, pero pude observar que, salvo indiferencia, no obtuvieron vejaciones, gritos, amenazas, insultos o agresiones. Desconozco si está dentro de las obligaciones de su cargo, pero podría indagar de paso por qué allí no había policía y, sin haber policía, no se produjo ningún tipo de altercado.
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