CHORIZOS NO, GRACIAS
La Navidad me ha producido desde niña una incómoda sensación de alegría artificial. Mi percepción era la de una lobotomía colectiva que impulsaba a la gente a una impostura de los sentimientos. A una sublimación efímera de la bondad y la caridad pero con una fecha de caducidad que apenas sobrepasaba el 6 de enero.
Los que procedemos de familias católicas y de derechas, éramos introducidos en este teatrillo en el que, por unos días, la gente de "bien" repartía sus misericordiosas migajas entre un selecto ramillete de desfavorecidos. Sus poco melindrosas conciencias quedaban satisfechas, pero mi intuición me decía a gritos que aquello no estaba del todo bien. Pronto decidí no acompañarlos más en estos menesteres porque me resultaba vergonzosa la humillación que percibía en los presuntos beneficiarios de nuestras buenas obras. Mariano Rajoy pertenece a esta escuela. Recientemente, en un acto arropado por numerosos medios (porque no se entiende ser caritativo si no se puede rentabilizar el asunto), repartió un cocidito entre los necesitados de un comedor social madrileño. Pero como en el mundo de la política no se da puntada sin hilo, su asesor de imagen andaba atento a los tejemanejes culinarios del líder pepero. Fué por eso que, cuando tocó repartir los chorizos del puchero, le avisó: "Ten cuidado, no te saquen con el chorizo". Pero el aviso llega tarde. Porque don Mariano puede alejarse de los trozos de tripa, carne y pimentón pero de los otros chorizos no ha sabido distanciarse. A puesto la mano en el fuego por ellos tantas veces que esta extremidad podría formar parte de la pitanza navideña que ofrece a los menesterosos. Y en cuanto a ésto, le recomiendo que se abstenga de semejantes paripés. Los que acuden a los comedores sociales necesitan justicia social más que caridad. Algo incompatible con esa afición del señor Rajoy a distribuir y apoyar a sus "chorizos" tóxicos por toda la geografía de este país.
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