LA BENDITA CASILLA

Durante esta época primaveral, como cada año, los ciudadanos nos enfrentamos al deber de ponernos al día con la Hacienda Pública. Y una vez más, nos topamos con esa bendita casilla que nos sugiere la posibilidad de ceder parte de nuestra contribución a la Iglesia Católica. Y yo, que aspiro a un Estado laico y sufro de un agnosticismo agudo y recalcitrante, me pregunto si la gente conoce del dulce concubinato entre la Iglesia y el Erario patrio. Detalles tan generosos como eximirla de la contribución de sus bienes inmuebles o de la renta de su patrimonio (que no es moco de pavo), obras, construcciones, etc.,  son naderías al lado de los obsequios con los que el Fisco colma a su consentida. La Iglesia percibe 150 millones de euros de las declaraciones de IRPF de todos nosotros, 3.2oo millones destinados a la educación concertada, 200 millones para la conservación de su patrimonio... y podemos seguir sumando hasta un total de unos 5.000 millones de euros libres de impuestos. ¿No les parece una cifra deshorbitada para un país que se declara aconfesional? Y puestos a rematar el disparate y teniendo en cuenta la tan traida ley de libertad religiosa, ¿por qué no ofrecer tan generosos donativos a los otros cultos que también pueblan estos lares? Ahora en serio, ¿no sería más coherente destinar todo ese dinero a la sanidad y la educación de la ciudadanía? Y esto no entra en conflicto con la libertad para profesar cualquier creencia, siempre y cuando sea la fe y el bolsillo de sus fieles la vía de financiación. A Dios lo que es de Dios y al Estado laico lo suyo, ¿no? Además, no predicaba Jesús aquello de que "mi reino no es de este mundo" Pues Hacienda es absolutamente terrenal y el dinero que recauda debería servir para causas más mundanas como fortalecer nuestro amenazado bienestar social y atender otras necesidades de la población que no pueden esperar tanto como el cielo.

Publicado en diario Público el 30 de abril del 2009 y en el Periódico de Aragón el 4 de mayo