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¡GRITA!

¡GRITA!

 

¿Han sufrido alguna vez esa clase de pesadillas en las que uno cree despertar para darse cuenta que estás atrapado en un infernal bucle de aberraciones oníricas sin salida? Esa sensación en la que un mal sueño te agarra y, al desadormecer, compruebas que estás inmóvil y no puedes liberarte de la sepultura de angustia en la que te ha sumergido la inconsciencia. Yo sí. Me ha ocurrido tantas veces que, hace ya un buen tiempo, decidí que solo podía soñar con los ojos bien abiertos. En un estado de letargo consciente que me permita estar alerta contra  toda la gama de engendros que me susurran consignas al otro lado de la razón, para incitarme a traspasarla.

Como todo en la vida es sueño, las pesadillas husmean nuestros actos cotidianos. Las injusticias sociales y laborales se disfrazan, aprovechando el duermevela, para mostrársenos como terroríficas quimeras imposibles de abatir. Intentan alterar nuestra concepción de la realidad con el fin de que asumamos, como algo natural, aquello que nos ofende. Quieren convencernos de que todo es inútil. De que no merece la pena salir de esa eterna siesta de carneros resignados a lo inevitable.

La Marcha a Bruselas podría ser una columna de sonámbulos en el planeta de la narcolepsia. Personas que han decidido desperezarse y echarse a andar para buscar remedio a tanta somnolencia. Capaces de soñar más allá de los límites que quieren poner a nuestros sueños.
Son como un grito que llama a mantener la vigilia. A no dejarnos arrastrar a los inframundos donde pretenden instalarnos.

Y como la sociedad padece un sopor profundo, similar a la muerte, harán falta muchos gritos para sacudir tanta modorra.

La aventura de los activistas de la Marcha aspira a ser un alarido potente. Nació con vocación de convertirse en un estruendo que agite el mundo para liberarlo de sus terrores nocturnos. Para sacarlo de esa catatonia que impide a las víctimas tocar a rebato frente a sus depredadores.

Ustedes dirán que son muy pocas voces para tan ambiciosas pretensiones. Tienen razón y, aunque cada día somos más, necesitamos aún muchas gargantas para formar un descomunal coro berreante.

Prueben a hacer un ejercicio simple: Cuando la reforma laboral, los recortes sociales y la injusticia en general les tarareen la nana de la mansedumbre… Abran bien sus pulmones, tomen una generosa ración de aire y expúlsenlo aullando un rotundo “NO” que no deje lugar a dudas.
Vayan entrenando. Verán que resulta muy gratificante y que, además de amedrentar a los merodeadores, se consigue un efecto contagioso entre la gente.

La huelga del 29 de septiembre puede ser la ocasión idónea para un ensayo general de esta práctica. Podemos convertirla en un clamor popular o seguir durmiendo. Ninguna excusa nos exonera de la responsabilidad sobre este asunto.

Por eso, si no quieres esperar en los brazos de Morfeo mientras los poderosos deciden tu futuro, llena de aire fresco tu pecho y grita bien fuerte. ¡Grita!. Ya verás que bien te sientes luego.

Publicado en blog de Marcha a Bruselas de Público

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