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TABÚ

Bajo el título "Tabú ( Y al final, la muerte) ",  el periodista Jon Sistiaga y la productora cinematográfica "La Caña  Brothers," han rodado una serie documental de cinco capítulos que se está emitiendo los jueves de este mes en el Canal Plus.  Al día siguiente de su emisión ya están disponibles en YouTube para que cualquiera que lo desee tenga acceso a ellos. Hasta ahora se han visto las cuatro primeros episodios. Falta el quinto que se emitirá el próximo jueves día 27. El trabajo del equipo ha sido reconocido recientemente con un premio Ondas.
El propio Sistiaga me aseguraba que, entre el mundo de la prensa, han recibido un cálido acogimiento y, de momento, ninguna crítica. Y es que la cuestión que aborda la serie documental encarna uno de los más grandes tabús de nuestra existencia: Enfrentarnos con nuestra propia e inevitable muerte. Desde que tenemos constancia de la existencia de vida humana en el planeta, nuestra especie se ha empeñado en trascender a ese irreversible trance que es la muerte. En nombre de esa necesidad se han inventado dioses y religiones que dictan rígidas normas para aquellos que quieren disfrutar de esa supuesta vida eterna. Religiones que, a su vez, tienen una gran influencia sobre la política de algunos países, como el nuestro, limitando derechos fundamentales de todos los ciudadanos, ya sean creyentes o laicos.
Uno de esos derechos inalienables que se criminaliza, debido a ese caldo hipócrita de doble moral judeo-cristiana en el que todavía nos cocemos, es el de decidir libre y voluntariamente cuando interrumpir nuestra vida. No estoy hablando, por supuesto, de un estado depresivo o de desesperación coyuntural de un individuo que no encuentra otra salida. Hablo de un opción madura y meditada. Consciente y libre. Como la que tomó el profesor Antonio Aramayona el día 5 de julio a las cuatro de la tarde.
Morir es una cita ineludible, seas ateo o religioso. El problema es poder elegir la manera de afrontar el trance. No es lo mismo irse deteriorando entre terribles sufrimientos que escoger hacerlo en el momento justo y evitar una agonía inexplicable.
No se me ocurre por qué ningún dios pueda necesitar nutrirse del dolor y de la angustia de sus fieles. De ser esto así, ¿de qué clase de dios estamos hablando? ¿Qué compasión ni paraíso se puede esperar de quien nos condena a una muerte lenta y dolorosa para engordar su prepotente omnipotencia? Si la cosa fue como la cuentan, desoyó los ruegos de clemencia de su propio hijo crucificado y torturado. Le obligó a beber un cáliz bien amargo. Ya perdonarán que no empatice mucho con el personaje. Decididamente, la compasión no es su fuerte.
Aunque sería injusto culpabilizar a ningún presunto dios  de las estupideces de los hombres. Ni del fariseísmo con el que las jerarquías religiosas interpretan los designios celestiales. Eso sí, cuando al que le toca morir es a uno de ellos, piden a gritos paliativos. Como dicen que le pasó a la santa Teresa de Calcuta. Firme defensora de que el camino hacia el cielo pasa por un rosario de calvarios, suplicó sedación en sus últimos momentos. Y es que una cosa es ser santa y otra coherente. Y Cuando las fauces del dolor se clavaron en sus propias carnes, Teresa vio la luz. La luz verde para salir corriendo de su propio sacrificio.
El día 27 será un día muy especial para mí y para toda mi familia. Se emitirá el capítulo quinto de la serie Tabú que tiene como protagonista a Antonio Aramayona. Durante más de un mes el equipo de rodaje convivió con él casi a diario. Filmando sus dificultades cotidianas para desenvolverse pese a la determinación que movía su testarudo corazón. Argumentando su irrevocable decisión frente a su médico, a sus alumnos, a sus amigos... Buscando la forma más delicada para minimizar el dolor de su familia, de sus seres queridos. Pero enfrentándose con absoluta coherencia y valentía a quienes no querían respetar su último acto de libertad.
Sistiaga me comentó que es un capítulo muy especia para ellos. Yo se por qué. Fui testigo de como se enamoraron de este hombre ejemplar que no necesitaba ni quería ningún tipo de reconocimiento institucional. De su pasión por la vida y por esa utopía activista, pacifica y bondadosa que practicaba. Porque Antonio, pese a no tener nada de santo, no se dedicaba solo a predicar. Él daba trigo con su ejemplo. Y así fue hasta el último de sus momentos en el que se despidió de la vida calzándose su camiseta verde en defensa de una enseñanza pública y laica para todas y todos. Escuchando la sexta de Beethoven como hacía todas las mañanas. Libre y en paz, como intentó vivir siempre.
Algunos descerebrados, los menos, han comentado en los foros mediáticos el suicidio de Antonio Aramayona como un acto de cobardía. La estulticia humana no tiene límites. Como la maldad que exudan algunos seres que se esconden en el anonimato que les proporcionan pseudónimos absurdos. Pero hasta al más tonto y mezquino le llega su hora. Y cuando esto suceda, y su dios no lo quiera (o a lo mejor sí, porque tengo entendido que es bastante caprichoso), puede ser que el óbito se produzca entre horribles  padecimientos.  
Solo espero que sean valientes y aguanten a pecho. O mejor, para evitar tentaciones,  que se encuentren en su leche de muerte con un médico que piense igualico, igualico que ellos. Alguien que les obligue a padecer el martirio de una intensa, larga y dolorosa agonía para asegurarles platea preferente en el cielo.  Así sea.. ¡Fariseos de mierda!

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