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SI YO TUVIERA UNA ESCOBA...

SI YO TUVIERA UNA ESCOBA...
Manuela se levantó, como cada día, a las cinco de la mañana. Su rutina laboral consiste en fregar y pulir patios y escaleras de diversas comunidades de vecinos. La empresa para la que trabaja le manda que realice sus tareas en lugares bien distantes entre sí.
El tiempo que emplea en los desplazamientos no está remunerado. Una jornada de ocho horas acaba convirtiéndose en doce o más. Los tiempos para desempeñar el trabajo están minimizados pero la exigencia es máxima. Todo debe quedar reluciente. Si hay quejas, Manuela podría perder su puesto de trabajo. Algo que no puede permitirse con un marido parado desde hace cinco años y tres churumbeles que tienen la mala costumbre de comer todos los días. Su sueldo apenas alcanza los ochocientos euros mensuales. Ahora podría ser incluso mucho menor. El convenio de limpieza de edificios y locales de Aragón ha decaído y las empresas tienen la prerrogativa de ceñirse al Estatuto de los Trabajadores. Poco más de seiscientos euros al mes por una jornada completa. Hasta los esclavos que recogían el algodón en el Mississippi tenían más seguro su sustento.
En la empresa para la que trabaja Manuela hubo elecciones sindicales. Su jefe reunió a la plantilla para presentar la candidatura que debía ser votada. Estaba compuesta por perros cancerberos cuyo único propósito era velar por los intereses patronales. Cualquier otra opción dibujaría una diana en la frente de sus candidatas. Manuela valoró la posibilidad pero bastó la amenaza latente de despido para que se echara atrás.
A menudo, Manuela y sus compañeras trabajan en edificios oficiales. Las empresas subcontratadas se lucran con dinero público mientras reparten las migajas a las limpiadoras. Ahora, sin convenio que les respalde, esas migajas se pueden reducir microscópicamente. Lástima que el estómago de los hijos de Manuela no puedan acomodarse al salario de su madre. NI su espalda machacada, ni sus artríticas manos consiguen alejar la pobreza asalariada que ronda por su casa. Le ha tocado ser una heroína forzosa en una sociedad que la ignora doblemente por su condición femenina y humilde. Ella no eligió esta vida de abusos y miserias. Desde la invisibilidad que la envuelve, Manuela sueña con un convenio justo que dignifique una labor tan necesaria. ¡Hay tanto que limpiar! ¡Tanta basura!
El día 27 de enero a las siete de la tarde se ha convocado en Zaragoza una manifestación de apoyo a quienes, como Manuela, mantienen limpios nuestros colegios, patios e instituciones por el salario del hambre. La situación de este colectivo, en una España que según dicen los gerifaltes marcha como un tiro, es una hostia con la mano abierta en la cara de todas y todos los trabajadores de este país. Una burla cruel y amarga que quiere enviarles al inframundo laboral definitivamente. Si lo consiguen, no solo será el fracaso de sindicatos y grupos parlamentarios progresistas. Toda la clase trabajadora resultará vejada.
En los tiempos de Ramsés III los esclavos egipcios se plantaron ante su Faraón para reclamar más alimentos. No existían sindicatos que abanderarán sus reivindicaciones. Solo el instinto de supervivencia y esa intuición primigenia que mueve a los seres humanos a luchar por una vida más digna. Fue la primera huelga documentada de la historia. La primera que logró hacer visibles las injusticias que sufrían y que ayudó a enmendarlas. Han pasado cientos de siglos y , pese a la lucha obrera, los modernos faraones han demostrado más ferocidad que el bueno de Ramsés.
El día 27 todas y todos debemos estar en la calle junto a ellas. El apoyo sindical y de los grupos parlamentarios no es suficiente. La solidaridad de la clase trabajadora debe plasmarse en este asunto. Tenemos que pretar filas contra la explotación de este colectivo porque en el siglo XXI no cabe legalizar el esclavismo. Si dejamos esa puerta abierta, se colarán por ella  los derechos que históricamente hemos conseguido a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. Su lucha es la de todos nosotros. Su derrota, será la nuestra.
Manuela divaga pensando en todas estas cosas mientras empuña su escoba. Sabe que hay una porquería más profunda e insana que la que debe limpiar en sus faenas cada día. Una putrefacción ambiental que anula la solidaridad entre los trabajadores y permite que medren empresarios sin escrúpulos. Le gustaría poder barrer esa carroña. Mientras tanto, se angustia pensando como va a acabar el mes con un sueldo que apenas alcanza para cubrir una quincena. A lo mejor la solución sería vender a peso sus cadenas.

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